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Mostrando entradas de 2014

¡La Boca está loca de amor por Emelec!

Las largas pestañas de Jeanpierre estaban empapadas. Lo vi llorar en cuatro ocasiones: cuando Emelec metió el balón tres veces en el arco de Barcelona; y la última, cuando el árbitro Carlos Vera dio un silbatazo final que supo a gloria para los más de 25 mil corazones azules que latían al unísono en el Capwell el pasado domingo. A las dos estrellitas azules que dibujé en su terso rostro canela de ocho años las habían borrado las lágrimas de alegría, y los besos y abrazos que recibía de Henry Sánchez, su papá. Al igual que Jeanpierre, era mi primera vez en el estadio de Emelec y fuimos a parar donde “es todo”, como me dijeron cuando llegué a las 13:00 a la general de la avenida Quito, donde “hace harta bulla” la Boca del Pozo; la barra que pregona estar loca, aunque yo diría que esta reloca de amor por el triple bicampeón del país. Mis oídos tuvieron que adaptarse a los más de 50 tambores, bombos, trompetas y platillos que acompañaban a las miles de voces que coreaban “Vamos, vamos Em

PE-RIO-DIS-TA

O desarrolla sus raíces o muere. Trato de imaginar lo que soñaba a los nueve o diez años. Esa edad donde empiezas a fantasear con lo que quieres ser cuando grande. Nunca tuve una idea clara como mis hermanas, mi mamá o mis amigas. “Yo voy a ser esto…”, “yo lo otro…”. Siempre tuve esa espinita de la incertidumbre clavada sobre mi futuro lleno de neblina. Tengo 27 años y me despierto sola, voy a la cocina y preparo un desayuno “de soltera”, tostadas a diario, para ser específica. Si de algo estoy segura es que nunca me proyecté a mí misma disfrutando de eso. Sentada en una mesa de metro y medio, que la soledad hace que parezca uno de esos mesones gigantescos que aparecían en los castillos de las películas que miraba de pequeña. La mejor parte, hacer soniditos al sorber el café sin que te caiga el chancletazo por majadera. Acostumbrada 23 años de mi vida a abrir los ojos con el “levántate que es tarde” de mi mamá y en cuanto los sentidos se escapaban de la somnole

Le ponen sazón a la madrugada

Era una madrugada como cualquier otra. El olor a menestra y carne asada inundaba una esquina de la "Y" del Indio Colorado, una zona céntrica de Santo Domingo de los Tsáchilas.   A pesar de haber ocurrido hace cinco meses, José Murillo lo recuerda como si hubiera sido ayer. "Una mujer me mordió el cuello, yo no sé si se creía vampiro", bromea. Así empieza a contar la historia, una de tantas "peleas de borrachos" que le ha tocado ver en el puesto de venta de comida donde trabaja, en la "Y" del Indio Colorado.     A pesar de que el local se llama "El Comedor de la Y", todos lo conocen como "los agachaditos". "Es porque aquí la gente llega a comer a cualquier hora", detalla. Y es que su comedor es uno de los tantos en la ciudad que atiende en la madrugada, "para que esa gente farrera coma luego de una noche de diversión", añade.  Tal vez sea por ese motivo, y el horario, que a veces llega

Viven en la pobreza

Dicen que cuando el hambre entra por la puerta, el amor sale por la ventana. Y aunque lo que más sienten en el hogar de Ana Bolaños (43) es hambre, el amor se niega a abandonarlos. Junto a su esposo Pedro Bonilla procrearon 12 hijos (24, 23, 22, 19, 15, 12, 10, 8, 6, 4,  2 años y un recién nacido),  y según esta mujer, el amor y la fe en Dios lo que les ha hecho menos dura la odisea que viven a diario, pues los 10 dólares que Pedro gana como carbonero, apenas le alcanzan para comer. La delgada figura de Ana y sus ropas gastadas y sucias son la carta de presentación de las necesidades que tienen ella y su familia. Eran las once y media de la mañana y ni ella ni sus hijos habían desayunado. Tampoco tenían dinero para almorzar. Las lágrimas que querían salir de sus ojos no eran de hambre, sino de la desesperación de haber enviado a los niños más grandes a la escuela con el estómago vacío. "Dicen que a los niños les duele la cabeza cuando no comen", musita. Fuera

Alejados del mundo

Necesidad, estrechez, carencia de lo necesario para vivir, es como los diccionarios describen a la pobreza. Cuando llegué ayer al hogar de la familia Pianchiche Tapuyo, fue la primera palabra que se me vino a la cabeza.   Lo que al parecer en alguna ocasión fue una casa, ahora es su hogar. La estructura tiene más de 20 años y ahora carece de paredes, sólo un plástico en un costado, y un techo agujereado protegen del sol, el viento y la lluvia a Guacho Pianchiche (42), su esposa Rosa Tapuyo (43) y sus dos hijos de siete y ocho años. Guacho y Rosa son de Esmeraldas, Ecuador, pero hace un año llegaron a vivir a la comuna El Cóngoma, en Santo Domingo de los Tsáchilas. Cuando se acerca el mediodía, Rosa camina descalza hacia la carretera.  Allí espera a que sus niños lleguen de la escuela. Los 10 dólares semanales que gana Guacho como peón de la finca donde viven, no le alcanza para darse "el lujo" de comprar zapatos. Lo que sí tienen ambos son botas de cauc

Viven de la yuca

Si alguien quisiera contactar a José Vargas y Jhonny Jiménez el 24 de enero, seguramente estarán en un solo lugar: sus sembríos de yuca.   El motivo, la luna menguante que habrá ese día. Según ellos, cuando la luna entra en esta fase, es el momento ideal para sembrar yuca. ¿Por qué? Como explicarían "los ancestros" este es un buen periodo para el crecimiento rápido y vigoroso de raíces, porque hay menos rayos lunares, así que las hojas crecen lento y la raíz (yuca) se hace fuerte y vigorosa. "Después de casi nueve meses, que dura el cultivo, la yuca sale bien bonita, gorda y grande", menciona Jiménez, quien se dedica a sembrar, cosechar y vender este producto hace ocho años. Menciona que se hizo yuquero porque este alimento se puede plantar en cualquier época del año. Él lo hace cada mes, y se guía por la luna. De cinco a diez hectáreas cosecha en ese mismo lapso de tiempo (un mes), en su finca ubicada en la vía al Búa, en Santo Domingo de lo

Prostitución bajo el municipio

Sus vestidos ajustados, pequeños y coloridos se confunden entre los trajes formales. El aroma a perfume caro se mezcla con el olor a cabello mojado y a jabón de hotel. Tratan de pasar desapercibidas, pero en los bajos del Municipio de Santo Domingo de los Tsáchilas ya todos las conocen. La parte baja del cabildo es la "oficina" de las casi 60 trabajadoras sexuales, que buscan allí el pan de cada día en el deseo de sus clientes. Ellas pertenecen a la Asociación de Trabajadoras Sexuales Las Barbies, y llevan años ejerciendo la prostitución en ese lugar. Allí, "Jazmín" acude a diario hace ocho años. Lo que ella prefiere resumir con la palabra "problemas" fue lo que la llevó a elegir el oficio de trabajadora sexual. Una empleada municipal pasa junto a "Jazmín". La mira de reojo y acelera el paso. La morena ya está acostumbrada a eso. "Ellos no nos quieren aquí, dicen que damos mal aspecto estando en los bajos de esta inst

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