Junto a su esposo Pedro Bonilla procrearon 12 hijos (24, 23, 22, 19, 15, 12, 10, 8, 6, 4, 2 años y un recién nacido), y según esta mujer, el amor y la fe en Dios lo que les ha hecho menos dura la odisea que viven a diario, pues los 10 dólares que Pedro gana como carbonero, apenas le alcanzan para comer.
La delgada figura de Ana y sus ropas gastadas y sucias son la carta de presentación de las necesidades que tienen ella y su familia.
Eran las once y media de la mañana y ni ella ni sus hijos habían desayunado. Tampoco tenían dinero para almorzar.
Las lágrimas que querían salir de sus ojos no eran de hambre, sino de la desesperación de haber enviado a los niños más grandes a la escuela con el estómago vacío.
"Dicen que a los niños les duele la cabeza cuando no comen", musita.
Fuera de su vivienda , ubicada en la cooperativa Santa Martha sector 6, en Santo Domingo de los Tsáchilas, correteaban los más pequeños con los piecitos sucios, pues no pueden darse el lujo de comprar zapatos.
Dentro de su casa de construcción de bloques -la cual es prestada- no hay suficiente espacio. Junto a ellos viven además, dos de sus nietos.
La vivienda tiene dos cuartos, una cocina y una sala, donde no hay muebles, ni sillas, ni atavíos, sino una cama donde duermen cinco personas.
En las otras habitaciones se distribuye el resto de la familia.
Para Ana no existe la Navidad, el Año Nuevo, Día de la Madre, mucho menos los cumpleaños.
Simplemente el dinero no alcanza para celebrar, ni comprar juguetes ni comida que vaya más allá de arroz y huevos.
Ana ha preferido darles a sus hijos lo que esté a su alcance, por lo cual no ha pedido ayuda a ninguna autoridad.
El único apoyo que recibe es de su hermana Deini, que también es su vecina.
A pesar de que la situación de ella es similar a la de su hermana, Deini la ayuda con la alimentación de sus sobrinos.
"Yo tengo 17 hijos, de los cuales están vivos 13, pero a pesar de eso mi esposo gana un poquito más y yo comparto con mi hermana lo poco que tengo", comenta Deini.
Cinco de los hijos de Ana son los que están estudiando, pero uno de ellos ha dejado de asistir a clases porque no tiene zapatos. "Me da pena porque es uno de los más inteligentes del curso y por no tener dinero falta a clases".
Comenta la madre que enviarlos a la escuela es un sacrificio, pero que lo hacen para que tengan un mejor futuro.
Pedro asegura que a pesar de sus carencias, el amor que siente por su esposa y sus hijos lo impulsa a seguir.
"Todo lo que yo hago en mi trabajo es para mi hogar", dice el hombre, que es recibido por sus pequeños cada tarde que llega cansado a casa, ennegrecido por el carbón.
Gelitza
Esta crónica fue publicada el jueves 13 de septiembre del 2012 en la edición impresa de Diario Centro de Santo Domingo de los Tsáchilas. http://goo.gl/uKsJF5
Actualmente Ana ya no vive allí, luego de esta publicación, el Patronato de Santo Domingo de los Tsáchilas ofreció construirle una casa con el dinero recaudado en la Teletón de diciembre del 2012.
Creo que en mi camino como periodista, la historia de Ana y su familia marcó un antes y después. Al siguiente día de haberse publicado el reportaje la fui a visitar y me dijo que era "su ángel", pues luego de haberse publicado la crónica muchas personas acudieron a dejarle comida, ropa, útiles escolares y juguetes. Creo que luego de muchas cosas que ocurrieron, ella me ayudó más a mí.
Agradezco a las personas que me leyeron en aquel entonces y que no se cansaron de llamar y buscarla para darle su ayuda. Esta historia hizo darme cuenta que casi 3.000 caracteres no son sólo eso, que las letras no son sólo grafemas, son almas, sentimientos, vida, poder. Si antes amaba escribir, Ana hizo que este amor por la escritura y el periodismo aumentaran.
Hizo darme cuenta que al tipear frente a la computadora tengo responsabilidades y que una palabra al viento forma ecos, que en este caso, ayudaron a una familia. ¡Gracias Anita!
Soy un romántico...me quedan dudas...!
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