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Mostrando entradas de 2018

“Nada reemplaza el calor de la familia en Navidad”

Luz María Torres tenía 12 años cuando pasó su primera  Navidad  en un  ancianato . Por eso, cuando a la edad de 33 años se quedó a vivir definitivamente en el  Hogar del Corazón de Jesú s, ya conocía perfectamente la mezcla de sentimientos que se intensifican en estos lugares durante los últimos días del año. Lo que nunca ha entendido, menos ahora que tiene 68 años, es ¿por qué si hay abuelitos que tienen hijos, hermanos, tíos u otros familiares, estos no se aparecen por allí ni en  Navidad  o  Año Nuevo ? Luz María suspira con nostalgia sobre su silla de ruedas. Ella ya está acostumbrada a la  soledad  desde el día en el que nació. Por eso no quiere ni imaginar lo que sienten los aproximadamente 100 adultos mayores, de los 324 que residen en ese asilo del norte de  Guayaquil , que no reciben la visita de sus parientes durante estas fechas. “Son días en los que se pregona el  amor , la  unión y la  solidaridad ”, dice confundida. A ella le hubiese gustado crecer al lado de su

Cuatro hermanos: tres trans y uno gay

Hace siete años, Michelle, Roberta y Analy se llamaban Carlos, Robert y Yigmy. Ellas son trans femeninas y también hermanas de Nery, que es  gay . Chelita Cobeña, su madre, no se acostumbra. Aún los llama “mis niños”, en  masculino , porque así salieron de su vientre, dice. Chelita se lleva los dedos al rabillo del ojo. Inútilmente represa las lágrimas, que salen a borbotones, y eleva el tono de voz. “¡No hay nadie en este mundo que esté más orgullosa de mis hijos que yo!”, expresa tan fuerte, que cada palabra estalla en el patio de su casa, ubicada en la parroquia Sosote, del cantón  Rocafuerte . Analy, de 25 años, la escucha ensimismada y también llora. El delineador que se ha corrido de sus ojos mancha sus mejillas de negro. A ella le duele tanto que le digan que no es una mujer y se ahoga en sollozos. Roberta, de 27, se apresura a pasarle una  servilleta  para que se arregle el  maquillaje  y le suelta la broma de “primero muerta antes que sencilla”, para frenarle el lla

Le encantaba el sexo con desconocidos

La idea de encontrarse con un desconocido la excitaba. Aún la excita. Melissa tenía 20 años cuando descubrió que el sexo con extraños era su más potente afrodisíaco. La pornografía había pasado de ser el juego clandestino con sus amigos de adolescencia a la forma de darse placer en soledad. Pero más allá de avivar su fogosidad, fue la puerta que la llevó a conocer otra gente que, como ella, lo único que quería era disfrutar del placer sin ataduras. Acostumbraba abrir páginas de contenido adulto para regocijarse con cada escena. Y, una noche, apareció en una de ellas un anuncio publicitario que propiciaba encuentros sexuales en su ciudad. Se cansó de ser solo ella con sus ojos clavados en la pantalla y sus manos jugando con la humedad de su entrepierna. Quería conquista, otras manos, otra piel. Hizo clic. Se había mudado a la capital hace poco. No quería pasar su vida en el pequeño pueblo colombiano en el que nació. Como primer paso para formar una empresa con su propia línea

En el baile descubrió su propio placer

Su virginidad le estorbaba, la hacía sentir inculta. Tenía 16 años y a esa edad, la mayoría de sus compañeras de colegio ya habían tenido sexo. Mathilda recién empezaba una relación de besos y abrazos con su primer novio. Fue una noche. No aguantó más y congeló al muchacho con una propuesta ardiente. “Tengamos sexo”, le lanzó como una cachetada que lo dejó atontado. No terminaba de reaccionar cuando ella ya estaba desnuda. Todo lo había preparado sin descuidar ningún detalle. Tenía condones en la mochila, escogió la lencería más bonita y había depilado cada vello recién nacido de su cuerpo delgado y de apariencia infantil. Sus lentes y la uniceja, que no tenía fin en ceño, la hacían lucir extraña, como ella misma se describe. Pero no sabe explicar cómo aquella rareza despertaba el morbo en algunos hombres. A Mathilda, el sexo siempre le ha dado igual, sobre todo después de ser desflorada. “Yo lo hice más por curiosidad, para descubrir qué era el sexo realmente. Nunca fue nada

Karina descubrió nuevos placeres en el embarazo

Se miraba en el espejo hipnotizada. No podía creer que aquellos pechos hinchados y caderas redondeadas fueran suyos. Lo mejor era el brillo que irradiaban sus ojos negros. “¡Qué sexy!”, pensaba incrédula. Cuatro meses antes, Karina Monroy se enteró de que estaba embarazada por primera vez. Tenía 25 años y 10 meses de casada. Su vida con Andrés era una luna de miel constante, en la que ambos no perdían la oportunidad de amarse. Lo hacían donde fuera, cuando fuera... Su esposo es el amor de su vida y su mejor amante. Por eso, cuando la prueba de embarazo dio positiva, junto a la inmensa alegría de convertirse en madre, iba adherido el miedo de que sus ardientes encuentros se enfriaran. A Karina, la idea la atormentó hasta que acudieron al médico. “Yo fui con ese miedo, pero también con cero vergüenza. Le tenía que preguntar a mi doctor si podía estar con mi esposo. No podía imaginar nueve meses sin él”, confiesa la locutora de radio Punto Rojo, con una sonrisa traviesa, a la que

Ser estríper, su regalo de 18 años

Los dedos fríos y temblorosos de Kathalina Marín se escurrían sobre el tubo de un cabaré del norte de Guayaquil, igual al sudor que chorreaba sobre su piel blanca. Era 1 de agosto de 2015 y bailó como nunca antes. El erotismo brotaba de sus poros en cada contoneo, y las miradas hambrientas de deseo la devoraban. Su show apenas duró cinco minutos. Fue tiempo suficiente para encandilar con su belleza, no solo a los clientes del night club, sino a los propietarios que, sin pensarlo, la contrataron como bailarina erótica. Han pasado tres años y aún la ensordecen los aplausos y chiflidos de aquella presentación. Fue su primera vez, la que la dejó desnuda, con la tanga repleta de billetes y con el corazón acelerado de felicidad. Ese día cumplía 18 años. No quería fiesta, pastel, salidas, nada. Lo único que necesitaba era acudir a ese burdel. Allí mismo, donde meses antes la echaron cuando fue a pedir trabajo, porque era una adolescente. Ahora era diferente. Al fin tenía la mayoría

El arte de la crónica

Heriberto Fiorillo, periodista colombiano La  crónica  crece contra el periodismo convencional, que alega defender una pretendida "objetividad". Si, como dice Darío Jaramillo Agudelo en su introducción, la  crónica  periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita en Latinoamérica -si, como él añade, un lector que busque textos escritos por gente que da importancia a que ese lector no se aburra, va sobreseguro si lee la  crónica  latinoamericana actual-, este último libro de Jaramillo Agudelo podría ser un best seller. Y podría serlo porque, con un rigor de sabueso empedernido y ese mismo exigente criterio de lector, el hombre ha escogido 53 crónicas -y ocho reflexiones sobre el género- de 46 periodistas de diez países de nuestra América para conformar las 650 páginas de su apetitosa Antología de  crónica  latinoamericana actual, que acaba de llegar a los estantes de las librerías iberoamericanas. ¿Qué es la  crónica ?, se pregunta

Incesto, amenaza silenciosa

La casa grisácea se pierde entre la vegetación de la parroquia rural del cantón Atahualpa. Esas paredes de bloques encerraron durante años un supuesto caso de incesto que horrorizó a aquel pueblo de El Oro. El rumor de que Roberto (nombre ficticio), de 56 años, mantenía relaciones sexuales con sus hijas —desde que eran menores de edad— y quedaron embarazadas de él, empezó hace más de 10 años. Sin embargo, no fue sino hasta el pasado 8 de julio de 2018, cuando un grupo de policías lo interceptó en el patio de esa vivienda, que él habría confesado que, además, presuntamente hizo lo mismo con una de sus nietas de 14 años —que tuvo con una de sus hijas—, hacía casi un año. Ella también quedó encinta. Si una profesora no se hubiera dado cuenta de que todo esto ocurría, y no lo hubiera denunciado, él continuaría viviendo en aquella casa, junto a su esposa, hijos, los cinco hijos-nietos que al parecer tuvo con sus parientes y su bisnieto-hijo. “La familia se quedaba callada, no

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