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Le encantaba el sexo con desconocidos

La idea de encontrarse con un desconocido la excitaba. Aún la excita. Melissa tenía 20 años cuando descubrió que el sexo con extraños era su más potente afrodisíaco.

La pornografía había pasado de ser el juego clandestino con sus amigos de adolescencia a la forma de darse placer en soledad. Pero más allá de avivar su fogosidad, fue la puerta que la llevó a conocer otra gente que, como ella, lo único que quería era disfrutar del placer sin ataduras.

Acostumbraba abrir páginas de contenido adulto para regocijarse con cada escena. Y, una noche, apareció en una de ellas un anuncio publicitario que propiciaba encuentros sexuales en su ciudad.

Se cansó de ser solo ella con sus ojos clavados en la pantalla y sus manos jugando con la humedad de su entrepierna. Quería conquista, otras manos, otra piel. Hizo clic.

Se había mudado a la capital hace poco. No quería pasar su vida en el pequeño pueblo colombiano en el que nació. Como primer paso para formar una empresa con su propia línea de ropa deseaba estudiar Administración. Y, también, quería vivir sola.

Todavía no conocía a nadie y llenó la ficha de registro en la página de citas. Pronto apareció el primer candidato. Era gerente de una compañía, de 45 años, atractivo y seductor, lo describe y aún se muerde los labios con su recuerdo. Se vieron en un bar.

Hubo charlas protocolarias, risas y coqueteos que aumentaban mientras la cerveza se evaporaba de sus jarros. “Así medio entonaditos lo hicimos. Fue súper rico, excitante. Yo me sentía seducida por su experiencia, por su madurez, por cómo me miraba... Pero estuve con él un par de veces más y me aburrió”.

Hace dos meses llegó al país desde su natal Colombia. Tomó la decisión de convertirse en dama de compañía y asegura que le gusta su trabajo. Uno de sus mejores encuentros lo ha tenido con un cliente ecuatoriano.

Ya sabía que la rutina la enfriaba. Era difícil que un amante durara en su cama. Lo había descubierto en su pueblo, donde perdió la virginidad con su primer novio a los 16 años. Allí le habían enseñado que tenía que llegar casta al matrimonio y que si elegía a un hombre, con él tenía que ser ‘feliz para siempre’.

Pero su realidad era otra. Aunque aquel muchacho fue su escuela sexual, ella bostezaba con cada caricia repetitiva. Primero pensó que lo había dejado de querer, pero no. Le pasó igual con su segundo enamorado. Le quemaba la necesidad de ser descubierta por nuevos sentidos.

Cada kilómetro que la separó de aquel vecindario también la alejaba de la idea de que el sexo debía revestirse de amor. Así, se hizo una usuaria activa de las redes sociales eróticas.

Los detalles de un rostro distinto, aspirar la peculiaridad de un aroma, aprender el ritmo de un beso y descubrir cómo seducir a un nuevo amante, hacían que se erizara con solo pensarlo.

Su mejor amiga pensaba que estaba loca y temía por su seguridad. Pero Melissa cuidaba cada detalle para proteger su salud y su integridad física. Desde su nacimiento, hace 23 años, ha estado rodeada de hombres y por eso presume que los conoce a la perfección.

Es la menor de cuatro hermanos y, lejos de convertirse en una niña mimada y sobreprotegida, su carácter retumbaba en cada pared de su hogar conservador. En el colegio siempre se llevó mejor con sus compañeros, que le mostraron una visión masculina de la vida y del sexo.

Descubrió una desigualdad que la asqueaba. Ellos podían acostarse con quienes quisieran, las veces que quisieran, y todo ‘estaba bien’. Pero si una mujer lo hacía, decenas de dedos índices se le incrustaban en el pecho, en los ojos, en el alma. Melissa no era para ese mundo.

“Siempre fui independiente, desde chica. No me dejé guiar por ningún estereotipo, solo por lo que me hiciera feliz. Fui la única en mi familia que se ha atrevido a vivir sola. A viajar a otro país”. Así llegó a Ecuador, específicamente a Guayaquil.

Le tomó un mes decidirse. Una amiga le contó que había estado en Ecuador, donde hizo mucho dinero como dama de compañía. “Jamás se me había pasado por la cabeza cobrar por sexo. Pero ya estaba haciéndolo por diversión, así que renuncié a mi trabajo y me vine para acá”, cuenta aún con la emoción que le ha regalado este empleo en el que lleva 60 días.

Melissa confiesa que apenas concretó la cita con el cliente para su debut como escort, por primera vez en su vida se preguntó: “¿Qué estás haciendo?”, pronuncia con un tono aún cargado de emoción y nerviosismo. La idea de que le pagasen por flirtear con desconocidos la seguía enardeciendo. Pero ahora ella no miraba fotos, ni escogía los perfiles de sus amantes. Eso la intimidaba.

Llegó la noche y respiró hondo antes de que se abriese la puerta del hotel en el que acordaron el encuentro. Era un europeo alto, guapo, al que enloquecían las latinas de piel trigueña, como ella. Disfrutó tanto como en sus encuentros pautados por Internet.

Lo que más temía era no sentir placer. Había palpado la frialdad con la que algunas compañeras hablaban de sus clientes. En ella fue distinto.

Uno de sus mejores orgasmos lo tuvo en esta labor, con un ecuatoriano que bordeaba los 40. Cuando lo vio no le gustó, pero desde que abrió la boca para controlar la situación se dejó llevar.

Dejó caer chorros de aceite sobre su cuerpo y le enseñó, a través de un masaje tántrico, que existían otras formas de llegar al clímax. Se volvió a sentir la adolescente que miraba pornografía embelesada.

“Fue demasiado rico. Él estaba muy dedicado a complacerme. Se empeñó en que yo disfrutara porque me dijo que verme excitada era lo que más lo calentaba a él. Me llevó a un estado brutal”, recuerda y bromea con que esa noche sintió que ella fue la que había recibido un servicio sexual.

Se despidió de él con una sonrisa que le duró mucho tiempo. Tenía la certeza de que aquel hombre era un golpe de suerte, pero fue la señal que necesitaba para confirmar que no se había equivocado.

Sabe que la sociedad reprocha el trabajo que realiza, pero es su atajo para cristalizar la meta que se planteó cuando salió de su casa. Además, lo disfruta. Estará un par de meses más en el país hasta reunir suficiente dinero para montar su negocio.

“He aprendido más. Tener conocimiento sobre este oficio hace que respetes más a las personas. He conocido gente maravillosa. He tenido orgasmos increíbles. He ahorrado”, resume.

Aunque admite que no es su trabajo ideal, cada noche juega a imaginar cómo será el hombre que se enredará en sus sábanas. Sigue sintiendo aquel cosquilleo que le erizaba la piel cuando era ella quien escogía con quién irse a la cama.

Gelitza

Este texto es parte del seriado 'Enciende la luz' de Diario EXTRA y fue publicado en su edición impresa el jueves 18 de octubre de 2018.

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