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Mostrando entradas de agosto, 2018

Incesto, amenaza silenciosa

La casa grisácea se pierde entre la vegetación de la parroquia rural del cantón Atahualpa. Esas paredes de bloques encerraron durante años un supuesto caso de incesto que horrorizó a aquel pueblo de El Oro. El rumor de que Roberto (nombre ficticio), de 56 años, mantenía relaciones sexuales con sus hijas —desde que eran menores de edad— y quedaron embarazadas de él, empezó hace más de 10 años. Sin embargo, no fue sino hasta el pasado 8 de julio de 2018, cuando un grupo de policías lo interceptó en el patio de esa vivienda, que él habría confesado que, además, presuntamente hizo lo mismo con una de sus nietas de 14 años —que tuvo con una de sus hijas—, hacía casi un año. Ella también quedó encinta. Si una profesora no se hubiera dado cuenta de que todo esto ocurría, y no lo hubiera denunciado, él continuaría viviendo en aquella casa, junto a su esposa, hijos, los cinco hijos-nietos que al parecer tuvo con sus parientes y su bisnieto-hijo. “La familia se quedaba callada, no

Lucía fingió orgasmos por mucho tiempo

Fue un año completo o más bien, incompleto. No hubo orgasmos, ni gemidos, ni besos apasionados. La piel de Lucía Zambrano se había convertido en un escudo que alejaba a la lujuria. La rutina había transformado el sabor dulzón del sexo en hiel que avinagraba los labios carnosos de la guayaquileña, de 24 años. Los cinco años de la relación amorosa con su primera pareja fueron extinguiendo el fuego que se encendió en su cuerpo cuando le entregó su virginidad a los 16. Pero su hastío no lo provocó el tiempo, aclara la rubia de cintura estrecha y piel pálida. Era tosco, le abría las piernas aunque ella no estuviese preparada, se metía en su carne fría, incluso, mientras ella dormía, describe nostálgica, más por la cobardía de no haberle dicho lo que le disgustaba, que por los orgasmos que dejó escapar en su alcoba matrimonial. “Fingía que acababa la mayoría del tiempo”, confiesa arrepentida, con la mirada sumergida en la piscina de su casa de Samborondón. -Pero, ¿por qué lo hacías

Eligieron el acelerador en lugar de los frenos

El pie de Miriam Chávez Carrión se estampó en el acelerador de su taxi en cuanto el pasajero, que había recogido en el centro de Guayaquil, le mostró un revólver empuñado en su mano derecha. La adrenalina no le dejó medir la velocidad a la que iba o el color de las luces en los semáforos. En un pestañeo, recorrió las más de 20 cuadras que hay desde la calle Capitán Nájera hasta El Oro, donde el grito aterrador del antisocial la hizo frenar a raya. -¡Tranquila, señora, que era una broma!- le dijo con el rostro pálido y estremeciéndose de miedo. -Ya pues, si usted me enseña un arma, quiere decir que me quiere matar y si es así, mejor nos morimos los dos- le contestó inmediatamente con una altivez que lo hizo abrir la puerta y desaparecer dando tumbos por las aceras. A ella, las piernas le temblaban tan fuerte como su corazón, pero no estaba dispuesta a dejarse amedrentar ni una sola vez más. Desde que empezó a conducir de manera profesional, a los 17 años, la habían asaltado

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