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Mostrando entradas de 2019

Hermanos de sangre y de cáncer

Jonathan es un torbellino de 7 años. Remolinea sin tropiezo por la única habitación que es su casa. El espacio es tan pequeño, que pocos centímetros separan las dos camas de la cocina. Corre por cada recoveco, ondeando sus dedos para tantear en las tinieblas. El cáncer se alojó en sus ojos y se los extirparon cuando tenía dos años. Es martes 20 de agosto y está más inquieto que de costumbre. Sabe que Pedro, su papá, tocará el piano en un culto de la iglesia. Eso significa que le prestarán el instrumento y lo llevará a casa. Nunca ha tenido dinero para comprar uno. Viviana, su mamá, lo abraza para que se quede quieto. Le cuesta creer que ese huracán de risas y preguntón es el mismo niño que en 2014, luego de la operación, pasó 12 días sobre una cama, inmóvil y aterrado por la oscuridad.  -Mamá, está oscuro. Mamá, tengo miedo. Mamá, quiero verte, quiero ver... Le suplicaba y no sabía cómo explicarle lo que era el retinoblastoma. Ni ella misma podía pronunciarlo sin estremecerse de dolo

Medellín borró la violencia con urbanismo social y movilidad

Laura Loiza levanta la mirada al cielo incandescente que cubre Medellín un miércoles juliano. Cierra los ojos y los aprieta con el recuerdo de las balas zumbando junto a ella el 16 de octubre de 2002.  En la cara de la guía turística, de 38 años, se proyecta el terror de lo que ocurrió ese día en la Operación Orión, en el barrio San Javier o la Comuna 13, como mejor conocen a esa zona en Colombia.  Esta intervención militar, liderada por el Estado, buscaba acabar con los grupos irregulares que habían convertido a ese sector en un infierno de 7 kilómetros cuadrados sobre las montañas paisas. Los 30 extranjeros que escuchan su relato ni pestañean.  Sébastien Salez llegó desde su natal Francia maravillado con la historia delincuencial que marcó a los 195 mil habitantes del barrio, pero sobre todo, con su manera de salir de ella. Le es difícil creer que el que fuera el sector más peligroso de la capital antioqueña es ahora uno de los más turísticos de Colombia, cambio que se dio gr

Los hijos también son víctimas del femicidio

Vitalia Vergara había aprendido a controlar las lágrimas delante de su nieta, pero aquella tarde, le resultó imposible no llorar. La voz dulce y aguda de la niña, de 8 años, se transformó en una descarga de dolor cuando le dijo que ella también quería morirse, para así ir al cielo a ver personalmente a su mamá. Era una bebé de un añito cuando un balazo le atravesó el cráneo a su madre Nexi Cedeño Vergara, el 17 de marzo de 2011. Tenía tres, en cambio, cuando su padre se entregó a la Policía, acusado de ser el autor intelectual del asesinato de la joven de 24 años. Con mamá en el cementerio y papá en la cárcel, la niña quedó al cuidado de sus abuelos maternos. Una situación que, según estadísticas del Centro Ecuatoriano para la Promoción y Acción de la Mujer (Cepam), se repite en la mayoría de los casos de femicidios que ocurren en el país. Al menos la mitad de las 54 mujeres que fueron asesinadas entre enero y noviembre de 2018, de acuerdo a los indicadores de Seguridad Ciud

Abuelita de 70 años y aún prostituta

Titubea. Una sonrisa cándida de dientes encaramados se abre entre las arrugas de sus mejillas. Maquilla su edad, aunque en su piel cuarteada hay más años. Dice que tiene  70 , de los cuales  53  ha dedicado a la  prostitución  y al  sexo   casual . La Gata tuvo su primer orgasmo a los 13. Su primer esposo, también. A los últimos, orgasmo y esposo, no los recuerda. Nadie la ha gobernado, recita con su altivez intacta, que no se ha marchitado con los años. Por eso sigue siendo  prostituta , aunque sea abuela de nueve nietos, y los que ya son  adolescentes  le hayan sugerido  jubilarse . Sigue trabajando, reitera, porque valora su independencia. No hay día en que se quede en casa. Sale del noroeste de  Guayaquil  a la hora que quiere. Se toma su tiempo para maquillarse los párpados de un azul eléctrico que resalta sus ojos color miel. La boca, siempre teñida de fucsia. Ha dejado de colocarse base en el rostro porque ya no hay cosmético que oculte los pliegues de sus años. Su ro

“Llegué a prostituirme con un mendigo por un paquete”

El olor era nauseabundo, pero a Adriana no le importaba. Necesitaba droga, como sea. Un mendigo abrió sus manos mugrosas y le ofreció un paquete de base de cocaína, a cambio de tener sexo con él. Ella aceptó sin pensarlo. Fue hace un año, en la calle, en lo más recóndito del suburbio de Guayaquil. El olor era nauseabundo, repite Adriana, ensimismada. No sentía nada, no veía nada, solo recuerda su propia fetidez corporal que se mezclaba con la del vagabundo. Ella también vivió en la calle por la droga. “Llegué a pasar semanas en un parque, sin bañarme, solo consumiendo. Llegué a prostituirme con un mendigo por un solo paquete de base”, repite la chica de 27 años, sin titubear, con una expresión de asco. Su voz ronca forma un eco en la recepción vacía de la clínica de rehabilitación informal donde está internada desde hace cuatro meses. Es la cuarta vez que pisa una. Las tres primeras obligada por sus padres. Esta, lo hizo porque ya no podía más con su adicción a la cocaína y l

Guayaquil no tiene centros públicos para rehabilitar mujeres

“Las mujeres que consumimos y nos convertimos en adictas a la  droga  somos más de las que se imaginan... ”, dice ‘Magdalena’ en un murmullo que se pierde en el amplio patio de la Unidad de  Conductas   Adictivas  (UCA) del  Instituto de Neurociencias  de  Guayaquil . Junto a ella, a quien le falta un mes para terminar su rehabilitación, camina Jimmy Ortiz, psiquiatra de esta clínica privada de la Junta de Beneficencia, la única autorizada para tratar a mujeres drogodependientes en la ciudad. Tiene 20 cupos y no hay más en  Guayaquil , al menos, legalizadas. De hecho, el Ministerio de Salud Pública (MSP) solo tiene tres  Centros Especializados para el Tratamiento de Alcohol y otras Drogas  (Cetad) en la urbe, pero  masculinos .  Femeninos  no hay. “La mujer se ha invisibilizado como consumidora”, apunta Ortiz, mientras recorre junto a  EXPRESO  las instalaciones del UCA, donde se accede a través de convenios con seguros, con el MSP o por contratación privada, pero con un costo

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