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Guayaquil no tiene centros públicos para rehabilitar mujeres

“Las mujeres que consumimos y nos convertimos en adictas a la droga somos más de las que se imaginan... ”, dice ‘Magdalena’ en un murmullo que se pierde en el amplio patio de la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) del Instituto de Neurociencias de Guayaquil.
Junto a ella, a quien le falta un mes para terminar su rehabilitación, camina Jimmy Ortiz, psiquiatra de esta clínica privada de la Junta de Beneficencia, la única autorizada para tratar a mujeres drogodependientes en la ciudad.
Tiene 20 cupos y no hay más en Guayaquil, al menos, legalizadas. De hecho, el Ministerio de Salud Pública (MSP) solo tiene tres Centros Especializados para el Tratamiento de Alcohol y otras Drogas (Cetad) en la urbe, pero masculinosFemeninos no hay.
“La mujer se ha invisibilizado como consumidora”, apunta Ortiz, mientras recorre junto a EXPRESO las instalaciones del UCA, donde se accede a través de convenios con seguros, con el MSP o por contratación privada, pero con un costo mensual que supera los 1.200 dólares.
Y aunque explica que, cuando se habla de adicción a las drogas inmediatamente se piensa en masculino, cada vez son más las chicas, y de menor rango de edades las que adquieren la dependencia en la ciudad.
En 2018, de los 2.900 pacientes que recibieron atención ambulatoria por consumo de drogas en el servicio de salud pública, 661 fueron mujeres. “Pero seguramente son más, porque hay un estigma, una vergüenza. La familia esconde la situación. Es el contexto sociocultural. En las mujeres se disocia el consumo, en los hombres, se lo asocia”, reflexiona el especialista.
Es justo este uno de los factores que deja a las consumidoras en una situación más vulnerable. Porque al esconder el hecho, es más difícil solucionarlo, insiste.
Pero esa es solo la base de una pirámide de afecciones que se levanta sobre la adicción a las drogas en las chicas. De cada 10 pacientes que ingresa a UCA, 11 se han prostituido para conseguir drogas, exagera Ortiz para describir la magnitud del problema. Eso, sin contar las que han sido violadas por otros consumidores.
El recorrido de Magdalena y el psiquiatra termina en un salón de terapias donde las siete pacientes que se rehabilitan actualmente en el UCA, escuchan a la terapeuta Dayani Bolaños.
Ella les pregunta cuántas consumieron drogas antes de los 15 años y cinco levantan la mano. Una apunta que es muy fácil comprar un paquete de ‘H’ en los colegios. De hecho, según las estadísticas de mayor incidencia de consumo del MSP, el índice más alto es para los opiáceos, que agrupa a esta sustancia.
Dayani escucha a cada una contar sus historias y revive la suya. Ella fue consumidora durante nueve años y reconoce que le costó tomar la decisión de cambiar su vida.
El psiquiatra acota que, efectivamente, ellas son más propensas a las recaídas, pero que cuando una consumidora resuelve entrar al tratamiento, tiene más convicción que en el caso de los hombres, que desisten a mitad de camino.
La ahora terapeuta vivencial, de 30 años, insiste en que los tintes machistas que aún salpican a la sociedad, hacen que haya mucha más discriminación y violencia de género.
“Hasta los hombres adictos que están en tu misma circunstancia te tienden a humillar, a desvalorizarte, a tal punto de que tú piensas que no hay opciones y que tenemos que morir consumiendo”, se lamenta.
Y no solo el deterioro físico y psicológico se da con mayor rapidez que en los hombres, sino que tienen más tendencias a adquirir la adicción. Esto, porque de acuerdo a Ortiz, los estrógenos (hormonas femeninas) despiertan a los receptores de la droga en el cerebro y, con esto, al deseo de consumo.
“Igualmente, trastornos como la depresión y ansiedad son mayores en mujeres y fácilmente desencadenantes de sustancias ‘legales’como benzodiazepinas y analgésicos”, explica el proceso que generalmente da pauta a que una mujer acuda posteriormente a drogas ilegales.
A pesar de esto, el MSP no tiene ningún Centro en la Zona 8. Luis Guerrero, psicólogo clínico del área de Salud Mental de la Coordinación Zonal, confirma que las mujeres que necesitan de rehabilitación de drogas, son derivadas al Cetad Pumamaqui, en Quito o al UCA, pero solo tiene 20 cupos.
“Es que no todas las personas que consumen necesitan de internamiento”, insiste. Añade que Salud ha implementado una ‘Ruta de atención’ para estas personas.
El paciente puede acercarse a uno de los 115 centros de salud en la Zona, o separando una cita al número de servicio al cliente 171, y pedir una evaluación con un psicólogo.
Dependiendo de su condición, se derivará a un tratamientoambulatorio básico, un intensivo, un tratamiento de desintoxicación o residencial.
Sin embargo, ‘Carlos’, quien tiene una hija de 20 años que consume ‘H’ desde la adolescencia, asegura que el proceso tiene irregularidades y es difícil acceder a un cupo para la rehabilitación.
“Por eso es que terminamos buscando centros clandestinos, pero para mujeres es más difícil porque tampoco hay muchos lugares para ellas”, dice el padre que pasó, desde marzo, los peores 9 meses de su vida.
Su hija, a causa de su problema de consumo quedó embarazada y temía que su primer nieto, que crecía en el vientre de la joven que se escapaba para inhalar, también sufriera los estragos de la droga.
El niño nació a inicios de diciembre. Sin daños físicos, y sin síndrome de abstinencia neonatal, ‘Carlos’ cree que es un milagro en medio del infierno que vive su ‘niña’, que tiene pocas opciones para su recuperación.
Gelitza

Este reportaje fue publicado en la edición impresa y digital de Diario Expreso el 21 de enero de 2019.  https://bit.ly/2FK5mwH.



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