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Lucía fingió orgasmos por mucho tiempo

Fue un año completo o más bien, incompleto. No hubo orgasmos, ni gemidos, ni besos apasionados. La piel de Lucía Zambrano se había convertido en un escudo que alejaba a la lujuria. La rutina había transformado el sabor dulzón del sexo en hiel que avinagraba los labios carnosos de la guayaquileña, de 24 años.

Los cinco años de la relación amorosa con su primera pareja fueron extinguiendo el fuego que se encendió en su cuerpo cuando le entregó su virginidad a los 16. Pero su hastío no lo provocó el tiempo, aclara la rubia de cintura estrecha y piel pálida.

Era tosco, le abría las piernas aunque ella no estuviese preparada, se metía en su carne fría, incluso, mientras ella dormía, describe nostálgica, más por la cobardía de no haberle dicho lo que le disgustaba, que por los orgasmos que dejó escapar en su alcoba matrimonial.

“Fingía que acababa la mayoría del tiempo”, confiesa arrepentida, con la mirada sumergida en la piscina de su casa de Samborondón.

-Pero, ¿por qué lo hacías si no sentías ganas?

La respuesta le ruboriza el rostro y sus ojos ahora se clavan avergonzados en el piso. Pensaba que si se negaba, él iría a buscar a alguien que le dijera que sí, confiesa con desazón.

La infidelidad era una sombra que tenía que ahuyentar, aunque esto significara el sacrificio de su propio placer. Aprisionada entre sus brazos, cerraba los ojos y trataba de fantasear con lo que le hubiese gustado sentir, hacer, saborear.

Soñaba con una falsa satisfacción, con la mente alejada del bombeo aburrido que se repetía cada noche sobre su pelvis y que solo lo complacía a él. Admite, ahora entre risas, que llegó a sustituirlo con otro amante imaginario y con ello conseguía alcanzar el clímax a cuentagotas.

Así pasaron años hasta que una noticia terminó de congelar su piel agonizante. A pesar de que no hubo una sola noche en la que su cuerpo le cerrara las puertas, se enteró de que su novio no solo tenía una relación amorosa con otra mujer, sino que la negó ante ella.

El desengaño, el rencor y la mentira bloquearon su corazón y sus muslos. Las relaciones sexuales se habían acabado para ella, pensó. No más caricias impuestas, no más penetración sin orgasmo, no más coito sin pasión.

En cuanto sus ojos botaron la última lágrima le impuso una censura a su lujuria que le duró un poco más de 12 meses.

No lo niega, extrañaba los espasmos de placer que sintió durante sus primeros encuentros. A los 16 años ya tenía los senos hinchados y sus caderas amplias despertaban el morbo de los más cautos.

Aunque su primera vez no fue lo que concibió en su candidez, sus ganas de experimentar aumentaban el deseo y le hicieron engancharse de los deleites corporales en cuanto los probó. A pesar de ello, nunca le llamó la atención la masturbación, por eso, aquel año el erotismo no le paso siquiera por la mente o por las manos.

Las velas, los pétalos de rosas, la luz tenue y el champán que suponía de adolescente, como una descripción de una escena perfecta para hacer el amor, se evaporaban en cuanto entraba a las pequeñas y simples habitaciones de motel en la que retumbaron sus gemidos primogénitos.

En uno de estos lugares hizo las paces con el sexo y su piel se volvió a erizar con los roces de un hombre, hace un par de años. El recuerdo le ilumina el rostro con aquella escena. Enrosca su melena rubia en su dedo índice, en un jugueteo infantil que camufla por unos segundos la sensualidad que brota de sus poros.

Su fuego, que creía extinto, ardió como nunca desde sus cenizas humeantes, que fueron atizadas por alguien que no la buscó para satisfacer su cuerpo, sino su espíritu.

Como en ese entonces ya era madre de un niño, una de las reglas que se prometió cumplir a rajatabla era la de no meter a cualquier hombre a su casa. Se aventuró a salir con aquel muchacho porque fluían las sonrisas, los temas de conversación, el interés en lo que tenía para contar.

- Él me escuchaba y yo a él. Nos podíamos amanecer hablando y ni siquiera intentaba darme un beso, suspira embelesada en el recuerdo que le devolvió el dulce a sus labios.

Incluso, estuvo de acuerdo cuando, motivados por el deseo de que la charla ni las cervezas se acabaran a las dos de la mañana, decidieron terminar la noche en un motel.

Pasó de todo, menos el contacto físico. Rieron, hablaron, bebieron. El licor se le subió a la cabeza y él la llevó a casa sin tocarla. Lucía había descubierto que en aquellos cuartos podía encontrar un placer que nada tiene que ver con el sexo.

Así ocurrió dos veces más. Toda señal de dolor e inseguridad había desaparecido, porque con la traición llegó a pensar que solo la buscaban por su belleza, por lo que tenía bajo la ropa.

La cuarta cita en el dormitorio de alquiler llegó días después. Sentía los mismos cosquilleos de cuando era una muchachita. Solo imaginar que volvería a estar a solas con aquel joven le devolvió el deseo sexual.

Eran tantas sus ganas, que apenas su boca recibió el aliento de su amante, la humedad entre sus piernas le devolvió la vida a sus sentidos. Fueron siete horas allí dentro, apunta con un tono de picardía que le devuelve el erotismo a su voz.

Había perdido el miedo. Había perdido los complejos. Había ganado la mejor experiencia sexual de su vida.

De allí en adelante, cada que su piel desnuda se revuelca de pasión en una cama, es porque ella lo decide y no se levanta de ese colchón sin haber sentido, al menos, un orgasmo.

Habla abiertamente de sexo y de lo que quiere. Lo que no quiere, simplemente no lo hace. Se juró nunca más quitarse la ropa porque se lo piden o por temor a lo que piensen o no de ella. Mucho menos, para retener a un hombre.

-Muchas mujeres fingen y lo hacen tan bien que los hombres no se dan cuenta y ellos piensan, por eso es culpa de nosotras, que uno está bien, satisfecha, cuando realmente no es así- sentencia con la sabiduría que ganó de la peor manera.

Sabe que la sociedad la lapida cuando exclama orgullosa que le gusta el sexo, que ahora prefiere estar soltera y hacer el amor cuando a ella le plazca y no por eso tener que embarcarse en un matrimonio o un noviazgo que le enfríe los sentidos.

Tampoco cree que sea un pecado. Respeta su hogar, a su hijo, pero sobre todo, se respeta a sí misma, pronuncia pausada y altiva.

Sabe también que muchos la juzgan porque le encanta que su físico refleje la sensualidad que se desprende de su alma. Pero si algo bueno puede rescatar de aquellos cinco años de frigidez y sumisión es que no hay nada mejor que hacer, decir y actuar conforme a lo que dicta el corazón.

- Uno siente que está en la obligación de complacer a la pareja y se termina olvidando de que lo principal es hacerse feliz a uno mismo-, reflexiona con la autoridad que le da la reivindicación de sus orgasmos descuidados, sus gemidos ahogados, un deleite que no está dispuesta a perderse nunca más.


Gelitza

Este relato es parte de la sección 'Enciende la luz', de Diario EXTRA, que se publica todos los jueves desde el 23 de agosto de 2018. La sección pretende tocar temas relacionados a la intimidad y la sexualidad, como una forma de romper tabúes que, en su mayoría, afectan a las mujeres.

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