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“Nada reemplaza el calor de la familia en Navidad”

Luz María Torres tenía 12 años cuando pasó su primera Navidad en un ancianato. Por eso, cuando a la edad de 33 años se quedó a vivir definitivamente en el Hogar del Corazón de Jesús, ya conocía perfectamente la mezcla de sentimientos que se intensifican en estos lugares durante los últimos días del año.
Lo que nunca ha entendido, menos ahora que tiene 68 años, es ¿por qué si hay abuelitos que tienen hijos, hermanos, tíos u otros familiares, estos no se aparecen por allí ni en Navidad o Año Nuevo?
Luz María suspira con nostalgia sobre su silla de ruedas. Ella ya está acostumbrada a la soledad desde el día en el que nació. Por eso no quiere ni imaginar lo que sienten los aproximadamente 100 adultos mayores, de los 324 que residen en ese asilo del norte de Guayaquil, que no reciben la visita de sus parientes durante estas fechas. “Son días en los que se pregona el amor, la unióny la solidaridad”, dice confundida.
A ella le hubiese gustado crecer al lado de su familia. La poliomielitis que casi la mata cuando apenas empezaba a vivir la dejó inválida. Cree que sus huesos torcidos motivaron a su mamá a dejarla en una casa cuna religiosa y esfumarse de su vida.
Las monjitas que recibieron su cuerpecito moribundo a los seis meses de nacida la destinaron a un asilo a inicios de su adolescencia, donde su piel blanca y tersa resaltaba entre las arrugas de sus compañeros.
Nunca conoció a ningún consanguíneo, pero tiene una familia enorme, como considera a los trabajadores del hogar, que el pasado 19 de diciembre organizaron un festejo navideño para los abuelitos.
Todos participaron. Mientras Luz María esperaba a que llegaran las 17:00, cuando la banda de la Comisión de Tránsito de Ecuador (CTE) inauguraría la fiesta con temas navideños, Alberto Fuentes caminaba por los pasillos, nervioso.
Los dos cascabeles de sus zapatos de duende tintineaban con cada paso que daba. El abuelito, de 85 años, era uno de los bailarines que acompañaría a Papá Noel en su presentación.
Reconoce que sentía temor, pero iba a bailar lo que le pusieran. De joven amaba moverse a ritmo de pasodoble, guaracha, cumbia, pasillos... El festejo lo anima y revela que a ellos, a los que no reciben la visita de sus seres queridos, les hace olvidar la nostalgia y contagiarse de alegría. Su sonrisa de dientes incompletos es enorme.
La gerontóloga Camila Valdiviezo explica que justamente este es uno de los propósitos de las actividades que se realizan dentro del asilo. Al ser ellos personas con mayor tiempo libre y sosiego, tienen mayor capacidad de disfrutar del baile, por ejemplo. “Nosotros podemos realizar actividades maravillosas, pero nada reemplaza el calor de la familia en Navidad”, indica.
Édison Vitores seguía esta recomendación al pie de la letra. No hizo falta que el coreógrafo Alfredo Godoy prendiera el equipo de sonido, porque el abuelito de 71 años parecía un trompo dando vueltas sobre la baldosa.
Junto a María Luisa Figueroa, Eduardo Varas, Silvia Serrato, Alberto Avilés y Leonor Galán prepararon una coreografía a ritmo de chachachá. A las 16:50 y mientras el resto de residentes iban llegando de a poco al patio de la institución, ellos pulían detalles de su presentación. Media hora más tarde, los arroparon con aplausos, entre ellos, los de Luz María.
Su silla de ruedas estaba en un balconcito, a cinco metros de los bailarines. Estaba feliz. Todos lucían felices bailando, con una taza de chocolate en una mano y un sánduche en la otra.
Era la mejor demostración de lo que significa para ella la compañía que le ha dado el ancianato. “Aquí no me falta nada. Sin embargo no vivo la Navidad con plenas alegrías”, susurra.
Luz María Torres está convencida de que el calor que irradia del cuerpo de una madre después de parir, es el que germina la semilla del amor en el alma de las personas. Ese calor, asegura, nunca lo sintió, por eso no lo extraña.
Su rostro se nubla. Enseguida piensa en ese centenar de amigos que no verán a sus parientes en esta Navidad. En ellos que tuvieron esa sensación cálida alguna vez en su vida y ahora sienten el frío más intenso de la soledad.

Gelitza
Esta crónica fue publicada en Diario Expreso el 24 de diciembre de 2018.

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