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La supervivencia tiene forma de cicatriz

La delgada línea nace en el rabillo de su ojo, recorre su mejilla izquierda y termina en la punta de su nariz, formando una ‘c’ invertida. Tiene varias capas de base de maquillaje, polvo compacto y rubor, pero parecen no tener poder invisibilizador sobre la cicatriz más grande en el rostro de María Fernanda Vargas.
La verdadera magia de los cosméticos hizo su efecto en febrero del 2014, cuando la joven, de 24 años, decidió quitarse las vendas que cubrían la marcas que le quedaron luego de que fue atacada con picos de botellas, y decidiera arreglarse ‘como antes’.
Ese ‘antes’, que ya no sabe tan amargo en los labios rojos de Mafer, la remonta a las 20:00 del domingo 10 de noviembre del 2013, cuando iba en su vehículo por las calles del cantón Simón Bolívar, con su piel intacta, que minutos después estaba bañada en sangre por las heridas que un grupo de mujeres le hicieron.
Tuvieron que pasar tres meses, en los que estuvo luchando porque su agresión no quede impune, para que la exmodelo decidiera arreglarse el cabello, ponerse un lindo vestido y, lo más difícil, maquillarse.
Sus latidos se aceleraron cuando estuvo lista y tenía que enfrentarse al espejo. Era la primera vez que dudaba de ver su reflejo, pero una vez estuvo frente de él, las cicatrices se fueron, pero no de su rostro, sino de su corazón.
“Volver a maquillarme, a arreglarme, creo que fue lo que más me ayudó. Jamás pensé volver a verme así, arreglada, verme linda. Aunque las cicatrices estaban ahí, para mí eran invisibles”, recuerda emocionada, mientras pasa su dedo índice por el cuello, que lo atraviesa otra marca, una de las que fueron suturadas con 380 puntos.
Desde ese momento decidió olvidar y salir adelante, se operó dos veces y se hizo 15 infiltraciones para reducir el tamaño de las cicatrices, y sin quererlo, a través de la exposición de su tragedia en los medios de comunicación, se iba convirtiendo en un ejemplo para personas que, como ella, quedaron marcadas por agresiones físicas.
Nunca quiso ser conocida como ‘la cara cortada’, ‘la pobre chica a la que atacaron’, ‘la cara de mapa’ o los múltiples apelativos que escuchaba de los que hablaban susurrando cuando ella pasaba. Pero tuvieron que pasar otros 10 meses para que todo el dolor y muchas veces la humillación se transformaran en una semilla positiva que en diciembre del año pasado germinó en Sin cicatrices, una fundación sin fines de lucro que formó con el cirujano plástico y reconstructivo que la operó, Luis Pérez, para ayudar a personas de bajos recursos que tuvieran cicatrices deformantes.
Pérez es rotundo: una persona con una cicatriz desfigurante ‘está muerta socialmente’. Por eso en cuanto conoció y acogió el caso de Mafer, se conmovió que marcas tan gruesas le atravesaran su rostro de 22 años. La paciente, que llegó a su consultorio, en ese momento se enteraría de dos horribles noticias que empeoraban su experiencia: sus cicatrices eran queloides y la ira con la que fue atacada no solo marcó la piel, sino también la desgarró.
“Tuvimos que sacar grasa del muslo para rellenar las heridas y que el rostro quede parejo”, explica el médico el proceso por el que pasó María Fernanda, también detalla que una cicatriz queloide es aquella ‘más gruesa’ y difícil de eliminar.
Sin embargo, la joven no se acongojó y estuvo dispuesta a luchar por recuperar su apariencia. “En ese instante supe que tenía que dedicarme a eso (la fundación) cuando la vi”, menciona. Recordó pacientes que han pasado por sus manos y otras personas que han sido marginadas por su apariencia física.
“No se les toma importancia porque dicen que esto de la reconstrucción es una vanidad. La gente les dice que deberían estar agradecidos por estar vivos y con ese concepto no importa que socialmente estén muertos”, explica, ya que para él una persona desfigurada no ‘encaja’ en los cánones de apariencia predeterminados por la sociedad.
A casi dos años del ataque, Mafer ha gestionado aproximadamente 30 operaciones para personas que quedaron desfiguradas. Algunos casos la entristecen, como el de la primera persona que le escribió pidiendo ayuda. Nunca había visto a alguien con tantas marcas en su cuerpo, pero no pudo hacer mucho por ella, pues tenía sida.
Otros hacen que esboce una sonrisa, que hace más notorio el bultito de grasa que fue implantado en su mejilla para rellenar el hueco que dejó el pico de una botella. Pero, sin pensarlo dos veces, asegura que la historia de Angie Silva es la que más le tocó el alma.
“Fue igualito, el ataque, la agresión, todo. Solo que su agresión quedó grabada en vídeo”, se refiere a la grabación que se regó por las redes sociales, donde se ve cómo un grupo de mujeres golpean, insultan y le cortan la piel a Angie, la noche del 28 de junio pasado.
Una amiga, Gineth Moreno, le mandó un mensaje con un vídeo diciéndole “mira lo que le pasó a esta chica, tenemos que ayudarla”. Segundos después de reproducirlo, empezó a llorar y revivir los gritos, el ardor que provocaba el vidrio restregándose sobre sus párpados, mejillas, hombros, el olor de su propia sangre, el mareo y la visión borrosa por la hemorragia que no paraba durante el camino, de Simón Bolívar a una clínica de Guayaquil.
“No era amiga de Angie, pero me identifiqué con ella. Al siguiente día (del ataque) fui a visitarla junto con el doctor y le ofrecimos nuestra ayuda”, indica María Fernanda, quien asegura que ambas sintieron paz cuando se vieron por primera vez. Lo primero que hizo fue tomar su mano, que estaba llena de suturas, y le enseñó sus fotos del ataque con la intención de llenarla de valor. “Todo esto va a pasar”, le dijo.
Angie, que es modelo impulsadora, engrosa la lista de pacientes que ha atendido Pérez con cicatrices desfigurantes. El doctor atiende de 10 a 15 personas con estas características y el 70 por ciento de ellas se llenaron de cicatrices por casos de violencia y muchos de esos quedaron en el anonimato, a diferencia de los de Mafer y Angie que tuvieron eco y generaron todo tipo de mensajes, muchos de ellos negativos y discriminantes.
Sin embargo, a Mafer le hubiese gustado volverse mediática por otras cualidades, como por ejemplo que estudia dos carreras al mismo tiempo, la de Comunicación social y de Jurisprudencia, que quiso seguir los pasos de su padre en la política, que trabaja todo el día para darle lo mejor a su hija Emily y que en algún futuro no muy distante le gustaría ser presentadora de televisión.
En pocas semanas se gradúa de una de sus profesiones y el 23 de octubre realizará un desfile a favor de las personas que tienen cicatrices a causa de agresiones. Son dos escalones en el camino que María Fernanda Vargas tiene que subir para que su nombre no se lo relacione con sentimientos de pena, para que deje de ser la chica que intenta cubrir sus marcas con maquillaje, para que al fin las cicatrices más difíciles de borrar, que son las que lleva en el alma, se invisibilicen.


Gelitza

Esta crónica fue publicada en la edición impresa y digital de Diario EXTRA el domingo 6 de septiembre del 2015 http://www.extra.ec/ediciones/2015/09/06/especiales/la-supervivencia--tiene-forma-de-cicatriz/

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