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Sicarios rezan por sus ‘vueltas’ a ‘San Pablito’

Ojeó en silencio las letras grabadas en el mármol oscuro, esperó unos segundos y declamó cada nombre y apellido con tono elevado y ceremonioso: "Pablo Emilio Escobar Gaviria". 

Lina María Pacheco asintió satisfecha y se agachó para rozar con la punta de los dedos la superficie fría y verdosa de la lápida, donde reposan los restos del narcotraficante más poderoso de la mafia colombiana. 

El trayecto que dibujaron sus yemas ya lo habían recorrido, en 2014, las narices hambrientas de dos adolescentes que se grabaron esnifando cocaína, la droga que convirtió en una siniestra leyenda a quien yace bajo tierra desde el 3 de diciembre de 1993. 

Era la primera vez que la mujer visitaba la tumba de ‘El Patrón’, de quien todavía se habla bajito en Colombia. Pero su sepulcro se ha convertido en una especie de altar dentro del cementerio Jardines Montesacro, en el municipio antioqueño de Itagüí. 

Allí se hacen ‘ofrendas’ con ‘coca’ y sahumerios con marihuana, se reza y se implora para conseguir dinero o algún favor ligado al azar, la delincuencia o la abundancia. Es un templo que, sin importar el día, el clima o la hora, atrae a ‘devotos’ del sanguinario criminal que, durante las décadas del 80 y 90, se adjudicó más de 15 mil muertes como cabeza del Cartel de Medellín. 

Fue precisamente una petición lo que llevó a Lina al lugar, que está resguardado por una muralla de cipreses. La hilera frondosa separa el conjunto de tumbas de la familia Escobar Gaviria de la capilla del camposanto, ubicado a trece kilómetros de Medellín. 

La mujer susurró su plegaria, que resonó en la quietud del sepulcro. "Le pedí que nos llegue plata", confesó justo antes de soltar una carcajada. Se mofaba de sí misma por el ritual, pero había escuchado que ‘Pablito’ es ‘milagroso’. 

Allí llegan, desde diferentes puntos del planeta, a ‘adorar’ al hombre que fue nombrado por la revista Forbes, en 1987, como uno de los más ricos del mundo. Eso sí, a punta de quienes derrochaban hasta lo que no tenían por un ‘pase’.  

Federico Arroyavé, comerciante del panteón desde hace 26 años, ha escuchado de todo. "Aquí vienen, rezan, piden y se van. A veces dejan algún billetico para comprar flores", detalla el hombre, que también se encarga del cuidado del sepulcro. 

Desde que fue enterrado el cuerpo del máximo líder del cartel antioqueño, Federico ha visto a un millar de personas desfilando por el lugar. Algunas se arrodillan, como quien cumple una penitencia a un santo, y suplican fortuna, casas, carros, suerte en la lotería o en los juegos... A veces aparecen hasta ‘gamines’ o sicarios que le piden protección para no fallar en sus ‘vueltas’. 

Lina María solo pedía dinero para poder viajar a Manta y reencontrarse con un antiguo amor ecuatoriano, que le prometió casarse con ella hace 15 años. "Lo conocí cuando estaba embarazada de mi hija y él me dijo que se iba a hacer cargo", recordó sin separar los ojos de los nichos que están junto a la tumba de Pablo. Allí descansan sus padres, su hermano, un tío, su nana y hasta su guardaespaldas Álvaro de Jesús Agudelo, alias ‘Limón’, quien fue asesinado el 2 de diciembre de 1993 junto al ‘Zar de la cocaína’. 

El mismo día en que la mujer apeló, entre risas y esperanzas, a su ‘fe’ en el capo, ya había pasado por el lugar un grupo de japoneses, ingleses y alemanes, además de Narbis Sangronis y Alexis Moya, dos venezolanos que se obsesionaron con su historia por la novela ‘Pablo Escobar, el patrón del mal’. Ambos escuchaban a Federico, que recorre todo el panteón con un cajón de paletas heladas y una funda de golosinas a cuestas. 

Luz Marina Escobar, hermana de Pablo, le confió el cuidado del mausoleo familiar porque, "por seguridad", confiesa este ‘paisa’ de 69 años, ellos no lo suelen visitar.

De hecho, la última vez que los parientes de Escobar estuvieron en el cementerio fue el 2 diciembre de 2015, por el vigesimosegundo aniversario de la muerte del capo. Ahí le anunciaron a Federico que ‘oficialmente’ prescindían de sus servicios para asear el lugar. 

No obstante, aunque ya no le pagan un mensual por "echarle un ojito a Pablo", el comerciante no se aleja de la tumba. Aunque no se considera parte de las personas que realizan ‘narcoturismo’, él "saca para la comidita" con las propinas que le dejan los visitantes, quienes ansían retratarse con la lápida más famosa de Jardines Montesacro. 

Por eso continúa rondando el lugar, como las abejas que revolotean sobre su cajón de paletas de dulce. Unos le dan para que compre flores y otros simplemente son generosos con él cuando recita, de memoria, la historia de ‘el Jefe’ y de cada una de las personas que están inhumadas junto a él. 

Nadie sabe más sobre Escobar allí que Federico. Le tocó aprender a la fuerza y de boca a boca, escuchando los relatos de los turistas más ilustrados sobre los pasos del narcotraficante. A los que tienen más tiempo les pide que lo acompañen a otra tumba que está a unos cien pasos de la de Escobar: la de su ‘maestra’ en el comercio de la droga, Griselda Blanco de Trujillo, más conocida como ‘la Viuda Negra’. 

Narbis y Alexis no pestañeaban mientras el vigilante les relataba cómo la ‘reina’ de la merca fue asesinada de dos balazos en la cabeza tras salir de una carnicería en Medellín. "Muy pocos saben que está enterrada tan cerca de su alumno", bromea el heladero. 

En parte también sigue allí porque Jhon Jairo Velásquez, más conocido como ‘Popeye’ y sicario de Escobar, le pidió que no descuidara a su patrón, que él regresaría para darle unas moneditas. Aunque sabe que es poco probable que el verdugo de más de 300 personas regrese hasta el panteón, Federico continuará "dándole sus vuelticas a Don Pablo", como pronuncia con el acento rítmico que distingue a los ‘paisas’.  

Antes de cargar su cajón de helados saca una franela gastada que guarda en el bolsillo trasero del pantalón y la pasa por la lápida. Con la tela borra las huellas que dejaron, entre otros, los dedos de Lina María, de Narbis y Alexis después de tocar el mármol para persignarse. 

Pero sabe que millares de manos volverán a rozar las letras doradas de una sepultura que, lejos de evocar la muerte del narco más popular de todos los tiempos, inmortaliza al San Pablito que muchos veneran como a una deidad.

Gelitza

Esta crónica fue publicada en la edición impresa y digital de Diario EXTRA de Ecuador en julio del 2017. www.extra.ec

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