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La muerte no apaga sus sueños

Una vieja patineta aguantaba su pierna izquierda engarrotada por el tumor maligno que parecía explotar en la rodilla. En aquella tabla carcomida y áspera, Stephany Roha también depositó sus esperanzas. 
La punzada del cáncer le atravesó el alma cuando tenía 18 años. El osteosarcoma no solo la lastimaba con las descargas del más penetrante de los dolores físicos, también le dio una estocada a su sueño de ser modelo y bailarina. 
El 10 de octubre de 2015, cada sílaba de la palabra ‘amputación’ fue un estruendo ensordecedor en los oídos de la guayaquileña, de 20 años. Rechazó el primer diagnóstico y no le importó el calvario que significaba el nódulo que crecía en su extremidad y la deformaba.
Estuvo dispuesta a soportar las náuseas, vómitos, falta de apetito, debilidad y el mal humor que le dejaban las sesiones de quimioterapias, que en primera instancia se presentaron como un halo de esperanza que la alejaría de la mutilación. 
Incluso mucho antes de saber que el cáncer debilitaba su cuerpo, cuando apareció como un leve malestar en la rodilla, prefirió ignorarlo. Estuvo allí mientras danzaba en la academia en la que se inscribió y que tuvo que dejar cuando la incomodidad se convirtió en una tortura.
En lugar de desaparecer, el bultito se hizo tan grande y doloroso que no la dejó bailar más e hizo que caminar fuera imposible. Pero no se rindió. Fue así que vio, en aquel viejo juguete, a su apoyo para arrastrarse hasta la calle, tomar taxis y llegar hasta el hospital de Solca de Guayaquil, a falta de dinero para costear una silla de ruedas.
El tratamiento golpeó la economía de su hogar. Su madre tuvo que trabajar el doble y su papá emigró a Italia en busca de mejores ingresos. Mientras, ella aprendió a reptar sola sobre su patineta, porque no estaba dispuesta a dejarse vencer.
Con cada cita aumentaban las dosis de morfina para calmar el dolor y bajaban las de optimismo. Para septiembre de 2016, ni la droga más potente hacía efecto y el camino al quirófano era el único despejado para Stephany.
El 7 de ese mes despertó en una sala de recuperación sin su pierna. La agonía se esfumó y su anhelo de danzar y ser famosa había mutado. “Así sea con una prótesis, ese es mi sueño y no se acaba”, jura Stephany con una mirada escarchada que camufla la ausencia de pestañas por la quimioterapia.
Lejos de apaciguar su anhelo, la extirpación avivó la llama de sus deseos. Estaba decidida a estudiar Comunicación Social para moverse en el espectáculo de manera profesional. Y cuando pensó que el cáncer se había ido junto a su extremidad, la noticia de que este se había alojado en sus pulmones fue como una puñalada en el corazón.
La metástasis que le diagnosticaron en marzo pasado la puso de frente con la muerte. Ni siquiera cuando al principio del tratamiento le dijeron que le quedaban tres meses de vida  había percibido tan de cerca su lóbrego perfume.
Tenía que volver a su peor pesadilla: las sesiones de quimioterapia. Pero si algo es inmortal es su meta y estaba dispuesta a soportar los estragos otra vez. Luego de tantas pruebas que le puso la vida, pensó, tenía que seguir.
“Para mí (su sueño) sigue igual. Nunca he dicho ‘no lo hago porque igual me voy a morir’. Tengo que estudiar Comunicación Social y, si me pasa algo, qué puedo hacer, el punto es nunca decaer”, sentencia con una sonrisa igual de brillante que su mirada.
Se levanta y salta con su pierna derecha para buscar su patineta, a la que le falta una llanta, pero no se atreve a botarla. Es su trofeo de esperanza y cuando la ve, se reproduce como una película todo por lo que ha pasado. Sabe que si llegó hasta allí, la compañía constante de la muerte difícilmente podrá abatirla.

Buscó el fin
El tumor que se alojó en su médula espinal, en 2005, jamás invadió su mente de pensamientos mortuorios. Deseó por primera vez desaparecer de este mundo tres años después, cuando el amor de su vida lo abandonó a causa de su enfermedad. Con ayuda de insecticidas, Christian Gutiérrez intentó acabar con sus dolores físicos y espirituales en cuatro ocasiones.
Tenía 20 años. Estaba comprometido, trabajaba como guardia, cursaba el preuniversitario para estudiar Ingeniería Comercial y había pagado la cuota inicial de un terreno para cumplir su más grande ilusión: tener una casa propia donde formar una familia.
Pero a la par, una resonancia magnética le anunciaba que sus constantes tropezones, molestias en las rodillas y dificultades para mantener el equilibrio se originaban en su columna. Allí empezaron a bullir, al igual que las aspiraciones de vida en su cabeza, las células malignas que, 12 años después, lo dejaron tetrapléjico. 
Durante los tres primeros años después del diagnóstico, un andador y el poder del amor lo ayudaban a caminar con el objetivo de levantar en aquel lote una vivienda para que su mamá, Mercedes Méndez, no volviera a pagar una sola cuota de arriendo.
Con cada paso tambaleante que daba, la vía se hacía más estrecha. El dinero para las cuotas mensuales del solar lo destinó a medicamentos. El movimiento de sus piernas cada vez era más limitado y sintió que su corazón dejaba de bombear cuando ella le dijo adiós. “No me quiso acompañar en el proceso”, explica Christian, que a sus 32 años no se inmuta relatando la parte más gris de su destino, pues asegura que nunca sintió rencor. 
Sin embargo, la separación de su prometida le dolió más que si le hubieran dicho que su columna estaba poblada de tumores. 
Hasta hace dos años, nunca le confesó a nadie que intentó matarse. Ni siquiera le afligió saber que su terreno lo había comprado alguien más, porque asume que su condición no le permitirá volver a trabajar, ni a él ni a su madre, que está a su lado las 24 horas.  
A pesar de todo, la idea de sacar a Mercedes de aquel sitio de alquiler le sigue rondando la cabeza. “Es mi único sueño. Me gustaría la casa porque veo cómo pasamos (necesidades) aquí. No quisiera que ande de aquí para allá”, conjetura Christian sobre el futuro de su ‘viejita’ cuando él “cierre los ojos”, como prefiere llamar a la muerte.
Cuando ve llorar a su progenitora usa este eufemismo para prepararla de cara al final. No menciona la palabra ‘muerte’ desde su ruptura amorosa, a pesar de que sabe que, además de Mercedes, es quien ha estado más cerca de él todo este tiempo.

Gelitza


Esta crónica fue publicada en diario EXTRA en noviembre de 2017. Para más contenido visitar: www.extra.ec

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