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Guayaquil: la cara de la tragedia del Covid-19 en Latinoamérica


La sala de la casa donde vivió Matilde Montero tiene un mueble más, uno escalofriante, desde el 28 de marzo de 2020. Es su propio ataúd. Una caja que su familia intenta inútilmente camuflar entre mesas y sofás para no sentir horror, para no llorar porque aún no han podido recuperar su cadáver.  

Tenía 72 años. El coronavirus la mató y ahora, su cuerpo está mezclado entre cientos de restos humanos en descomposición en algún contenedor afuera del cementerio de Pascuales, en Guayaquil, Ecuador.

No es una película de terror, es la realidad de Guayaquil, una ciudad porteña de ese país Sudamericano de 17.08 millones de habitantes. Un escalofriante escenario que el COVID-19 erigió en sus calles: muertos descomponiéndose en casas, apilándose en morgues y recipientes, muchos sin identidad, y la saturación de hospitales públicos y privados.

Carla Cobos, hija de Matilde Montero, podría protagonizar cada una de las dolorosas escenas que la pandemia ha obligado a vivir a sus habitantes.  Desde que su madre contrajo el virus, ha padecido de las irregularidades en los protocolos sanitarios por el desborde de fallecimientos que provocaron el colapso del sistema de salud de este país.

Todo empezó en 28 de febrero de 2020, cuando la exministra de Salud Catalina Andramuño anunció el primer contagio en el Ecuador en una mujer de 71 años. Llegó desde Madrid el 14 de febrero de 2020 y, desde esa fecha hasta que fue ingresada a cuidados intensivos, asistió a múltiples reuniones y fiestas familiares.

Desde hace tres meses, el país registra oficialmente 22.160 contagiados confirmados, lo que lo convierte en el segundo en Latinoamérica con más casos. De esta cifra, 7.791 corresponden a la provincia del Guayas, cuya capital es Guayaquil.  Pero los números oficiales no cuadran con lo que sus habitantes perciben en centros médicos, forenses y cementerios colapsados y en medidas de aislamiento preventivos que la ciudadanía cumple a medias.

Esto ha hecho que Guayaquil sea en un eco de tragedia y negligencia que se replica como un ‘mal ejemplo’ de actuación durante la crisis sanitaria en todo el mundo y que, según Carla, ha visibilizado la mala actuación del Gobierno, liderada por Lenín Moreno. Esto se refleja en las redes sociales, transformadas en una ventana de denuncias ante la crisis.

Ella mismo usó su cuenta de Twitter para quejarse por todo lo que había padecido desde la muerte de su madre, el 27 de marzo. Matilde falleció por COVID-19, sin embargo, no es parte de las cifras oficiales porque aunque tuvo una prueba positiva, en su certificado médico de defunción atribuyeron su deceso a una “insuficiencia respiratoria por neumonía bacteriana”.

La voz de Carla se corta y de sus ojos brotan lágrimas de impotencia cuando recuerda la pesadilla vivida desde que su madre fue internada en un hospital público el 21 de marzo. El dolor la ha acostumbrado a llorar y a reclamar al mismo tiempo. La declaratoria de emergencia en el país, anunciada el 11 de marzo, llegó ligada con el aislamiento domiciliario que le imposibilitaba a Carla estar junto a su madre en el hospital.

Las comunicaciones eran vía telefónica y durante la convalecencia de Matilde recibió información errónea y escasa sobre su estado de salud. Incluso, denunció que no le avisaron que su familiar había fallecido. Su hermano tenía que moverse a diario hasta la morgue del hospital del Guasmo Sur, donde trasladaron su cadáver.

Afuera del hospital, el sudor corría profuso por su frente y en las mejillas se le confundían con las lágrimas. Tenía que aguardar todo el día para tener noticias de su familiar en una ciudad tan calurosa que durante el día alcanza los 34 grados centígrados. En esa morgue, tuvo que ingresar y sortear cuerpos putrefactos, probablemente contaminados por el virus, para revisar cadáver por cadáver para ver si reconocía a su madre. Muchos deudos tenían que pagar para el macabro ingreso.

Hasta el 23 de abril de 2020, en Ecuador el virus había matado a 560 personas, y otras 1.028 murieron bajo sospecha. Un total de 1588  fallecimientos relacionados a la pandemia.  No obstante, Luis Sarrazín, médico y quien fue Ministro de Salud del Ecuador y analiza de la situación, asegura que los datos que maneja el Gobierno central no son ni una mínima parte de la catástrofe que ha ocurrido en Guayaquil. “Esto se les salió de las manos”, criticó.

Solo entre el 30 y 31 de marzo pasado, el Registro Civil ecuatoriano registró 722 certificados de defunción en la provincia del Guayas, territorio donde había un promedio de no más de 50 inscripciones diarias. Solo en la primera quincena de abril hubo 6703 defunciones. Normalmente, hay 1000. ¿Las causas de muerte? Difícilmente se sabrán porque de acuerdo a Gustavo Zárate, director General del Servicio Forense de Medicina Legal del país, el número de fallecimientos al día que han ocurrido en Guayaquil desde que empezó la pandemia, superan la capacidad de trabajo en los centros forenses, donde se ejecutan como promedio 15 autopsias en ese periodo de tiempo.

Ni el servicio forense de la Policía, ni el Ministerio de Salud Pública (MSP) realiza pruebas o autopsias a los fallecidos, por lo tanto las causas de defunción quedaron en el limbo. Durante el primer mes de la emergencia, Zárate calculaba que había entre 30 y 40 muertes diarias. Cifra que se duplicaba en los registros de las funerarias de la ciudad. Según Mervin Terán, presidente de la Federación de Organizaciones Sociales Dedicadas a Servicios Exequiales del Ecuador, como mínimo, cada una de las 30 funerarias que están trabajando durante la emergencia en Guayaquil pudo vender hasta 50 ataúdes al día durante marzo y los primeros días de abril.

Esta proliferación de decesos convirtió a la ciudad porteña en una morgue. Hubo personas que, a causa de la saturación hospitalaria y falta de atención en la línea telefónica de telemedicina que implementó el Gobierno, fallecieron en sus domicilios. Ese fue el caso Tomás Tumbaco, quien dejó de existir durante la madrugada del 22 de marzo. Tenía tos, fiebre y problemas para respirar.

Una sábana rosa cubría sus restos que impregnaba el doloroso hedor de la muerte en las paredes de la casa y en el dolor de sus familiares. Su cadáver permaneció por más de tres días dentro de su casa, a pesar de que sus familiares llamaron por incontables veces al 911. El olor de la muerte laceraba las fosas nasales de Clarisa Tumbaco, su hija. Tuvo ‘suerte’, porque hubo cuerpos que se descomponían hasta por 10 días con sus parientes dentro de los domicilios.

Un protocolo emitido por el MSP luego de que la paciente 0 falleciera el pasado 14 de marzo, impedía la celeridad en el proceso de levantamiento de cuerpos. Mandaba que, tras la verificación o sospecha de muerte por Covid-19, personal médico tenía que acompañar dicho proceso para posteriormente cremar el cadáver. Disposición que se cumplió a medias.

Guayaquil posee tres centros crematorios con capacidad para incinerar hasta ocho cuerpos en 24 horas cada uno. Eso también desembocó en inhumaciones sin las normas de seguridad sanitarias. Tanta era la desesperación de quienes tenían que aguantar el hedor y el peligro, que los cadáveres empezaron a ‘aparecer’ abandonados en las veredas.

Por eso, el 23 de marzo, el Comité de Operaciones de Emergencia del Ecuador (COE) declaró a Guayas como una zona de seguridad especial. El ministro de Defensa, Oswaldo Jarrín, anunció la creación de una Fuerza de Tarea Conjunta (FTC), liderada por Jorge Wated, para realizar los levantamientos de cuerpos.

Desde ese día, hasta el pasado 12 de abril, la FTC ha registrado 1878 muertes solo en hospitales y casas de Guayaquil. Ha prometido darles a todos los cadáveres una “sepultura digna”, luego de que las redes sociales se llenaran de denuncias sobre cadáveres desaparecidos, sobre todo en los hospitales del Guasmo Sur, de Los Ceibos y el Teodoro Maldonado.

Esto también fue un duro golpe para los deudos. Ecuador es un país donde 8 de cada 10 personas es religiosa y acostumbraban a celebrar rituales fúnebres que implicaba velar al fallecido por, al menos, 24 horas y realizar una misa mayoritariamente Católica. El sacerdote Freddy Valencia, vicario episcopal de la zona Norte de Guayaquil, lamenta que a la pena por el fallecimiento de una persona, también se esfume la posibilidad de despedirlo con una eucaristía. Resalta que la fe juega un papel importante durante la crisis y que cada ecuatoriano deberá fortalecerla desde su casa. Las iglesias cerraron sus puertas desde que empezó la emergencia.

Al igual que Carla, muchos otros parientes han esperado semanas para dar con el paradero de los restos de sus seres queridos. A no poder realizar un velatorio, el único consuelo que les queda es identificarlos y sepultarlos, pero hasta eso es esquivo en Ecuador. La promesa de la FTC es que todos tengan una sepultura con identificación en los cementerios Parque de La Paz La Aurora, para los fallecidos en el sistema de la Seguridad Social; y el Campo Eterno Pascuales, para los difuntos de hospitales del MSP, viviendas y clínicas privadas.

Además, la Municipalidad de Guayaquil presidida por la alcaldesa Cynthia Vieri, anunció la construcción de dos nuevos camposantos. Según Wated, a diario sepultan 150 fallecidos en el cementerio Jardines de la Esperanza, 120 en Parque de la Paz y 120 en la Junta de Beneficencia. El promedio antes de la pandemia, era de 30 a 40 en cada uno.

Ese mismo día, el presidente de la República, Lenín Moreno pidió “más responsabilidad” a los guayaquileños para respetar las restricciones de movilidad que mantienen el país: un toque de queda desde las 14:00 hasta las 05:00 y limitaciones vehiculares que se respetan cada día menos.

En Ecuador, al igual que muchos países latinoamericanos, 3,6 millones de personas trabajan en la informalidad, de acuerdo a datos del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), de diciembre de 2019.  Para estas personas, que viven del día a día, quedarse en casa a cumplir la cuarentena significa dejar de comer.

Esto se refleja en el centro de la ciudad, que durante los primeros días del toque de queda lucía despoblado. Antes de ello, los primeros en cerrar sus negocios eran los comerciantes asiáticos. El virus redireccionó el miedo con tintes de sinofobia que empezaba a pulular en el ambiente. Xavier Wong, chino y administrador de un restaurante en la zona, revela que antes de la emergencia ya había perdido a la mitad de sus clientes. Luego, en el centro hubo más silencio que en un cementerio. Solo una docena de mendigos pululaban en la Plaza San Francisco, esperando a que alguien se apiade de ellos y les regalaran comida. Alfonso Montoya vive en la calle y denunció no recibir ayuda de ningún tipo de parte de las autoridades.

Un mes después del aislamiento, el centro se volvió a llenar de comerciantes que buscaban, con dificultad a la clientela que llega de a poco. Verónica Anchundia se dedica a lustrar zapatos en la zona y tiene terror del contagio, pero más miedo le da el hambre de sus hijos.
Una situación similar empieza a bullir en Quito, la capital del Ecuador, que a pesar de tener un menor número de contagios, 856 hasta el 22 de abril, teme que la situación de Guayaquil se replique. Cada vez es menos posible que una población que se navega entre una inevitable crisis económica y el miedo al contagio, se quede en su casa.


Gelitza Robles

Texto publicado en la edición de fin de semana del periódico TAZ, de Alemania, el 25 de abril de 2020.  https://taz.de/Corona-Krise-in-Lateinamerika/!5678393&s=Guayaquil/

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