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Prostitución bajo el municipio


Sus vestidos ajustados, pequeños y coloridos se confunden entre los trajes formales.

El aroma a perfume caro se mezcla con el olor a cabello mojado y a jabón de hotel.
Tratan de pasar desapercibidas, pero en los bajos del Municipio de Santo Domingo de los Tsáchilas ya todos las conocen.

La parte baja del cabildo es la "oficina" de las casi 60 trabajadoras sexuales, que buscan allí el pan de cada día en el deseo de sus clientes.
Ellas pertenecen a la Asociación de Trabajadoras Sexuales Las Barbies, y llevan años ejerciendo la prostitución en ese lugar.

Allí, "Jazmín" acude a diario hace ocho años. Lo que ella prefiere resumir con la palabra "problemas" fue lo que la llevó a elegir el oficio de trabajadora sexual.

Una empleada municipal pasa junto a "Jazmín". La mira de reojo y acelera el paso.

La morena ya está acostumbrada a eso. "Ellos no nos quieren aquí, dicen que damos mal aspecto estando en los bajos de esta institución (municipio), pero no tenemos dónde más trabajar", trata de excusarse.
Cuando se corrió el rumor entre las trabajadoras sexuales de que querían reubicarlas, "Jazmín" se asustó.

Dijo que entre las cosas que oyó fue que las trasladarían a "La Ladrillera" (exfábrica de ladrillos), pero "eso no era bueno para el negocio", sostiene.

Según "Jazmín", en ese sector no hay hostales donde ellas puedan "ocuparse".

Cerca del cabildo, ubicado en la avenida Quito y calle Tulcán, hay alrededor de siete residenciales, que alquilan las trabajadoras para ejercer la prostitución.

Leticia Ortiz, presidenta de Las Barbies, indicó que en estos locales les alquilan los cuartos por tres dólares.

Precio cómodo para ellas, que cobran ocho dólares por dar un poco de placer.

Leticia dejó la prostitución hace ocho años. Explica que lo que se busca no es reubicarlas, sino hacerlas "salir de ese mundo".
Esto lo corrobora Neyer Méndez, directora del departamento de Desarrollo Comunitario del Municipio.

Mientras sostiene una fotografía en su mano, donde aparecen Las Barbies recibiendo una charla, explica que lo que se busca es otra alternativa laboral para las meretrices.

Recuerda que el año pasado se impartieron talleres de ropa deportiva y belleza, pero los pupitres quedaron vacíos.

Tres o cuatro mujeres asistieron, e iban desertando de a poco, detalla.

Incluso dice que desde el 25 de octubre pasado, estaba contratada una maestra para impartir nuevos talleres, pero se quedó con los brazos cruzados. Nadie asistió.

"Hay una resistencia de parte de ellas de salir de ese trabajo", menciona.

La opinión de "Jazmín" es diferente.

Mira sus uñas, como recordando cuando asistió al taller de belleza. Ella desistió de tomar el curso porque tenía que comprar los esmaltes, limas, y demás materiales para recibir las clases.

"A veces no hay ni para comer. Si vamos a los talleres no podemos trabajar, y si no trabajamos no hay plata", dijo.

Pero Neyer dijo que sí se les distribuían los materiales.

Sea cual sea la realidad, lo cierto es que "Jazmín" continúa meneando sus caderas en una esquina del edificio municipal.

Su falda fucsia y sus ojos coquetos atraen incluso a esos "encorbatados" perfumados que la miran de reojo.
Hasta encontrar otra actividad que la haga ganar el suficiente dinero para mantener a sus hijos, su lugar de trabajo será siendo el portal del municipio.


Gelitza

Esta crónica fue publicada en Diario Centro el 29 de diciembre del 2013. www.diariocentro.ec

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