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Sexo, sudor y tráileres

Las mejillas de Cristina parecían un semáforo en rojo. Era una noche calurosa, pero el sofocante bochorno decembrino de Buena Fe no era el que encendía su rostro. La vergüenza y el terror la quemaban y convertían a sus poros en cascadas de sudor. De sus cinco años como prostituta, era la primera vez que la colombiana abría sus piernas dentro de la cabina de un tráiler. 

El bamboleo de su cuerpo, los gemidos, las convulsiones de la faena amatoria y la transpiración que empapaba su piel blanca hacían del estrecho cuartito móvil una olla a presión ruidosa. Un sauna a diésel al que se había metido por desesperación. 

Llegó al país hace siete años y luego de recorrer siete ciudades, se estableció en este cantón de la provincia de Los Ríos. Estaba contenta, le gustaba la ciudad. Pero la felicidad le duró poco a la rubia treintañera. Cuando tenía dos meses de prestar sus servicios sexuales en uno de los seis prostíbulos ubicados en el centro de esa localidad tropical, estos fueron clausurados el 2 de diciembre del 2016, por una ordenanza municipal que prohíbe su labor en zonas residenciales. 

La noticia fue un golpe que la empujó a las afueras del pueblo, a las carreteras lóbregas, donde la prostitución se ejerce sin documentos, sin seguridades, sin habitaciones y sobre las enormes ruedas de los vehículos de carga. 

Todos las conocen. Los abastecedores de combustible de las gasolineras, los guardias, las dueñas de los paraderos de comida, todos las llaman ‘Las traileras’ y las miran de soslayo cuando el vaivén de sus caderas frenan a raya a los conductores ávidos de placer. 

Cristina llegó a engrosar la lista de mesalinas que se pasean, especialmente en las gasolineras, de la vía ‘La variante’, que conecta a este cantón con Santo Domingo de los Tsáchilas; y la avenida 7 de Agosto, cerca del recinto Cuatro Mangas. "Son como ocho y llegan después de las once de la noche", susurra el guardia de una de las estaciones de servicio, en quien Cristina confía para elegir a los traileros. 

Ella lo mira y él le lanza una señal cuando el cliente es ‘seguro’. "Aquí una no se puede ir con cualquiera. A algunas compañeras las han golpeado", cuenta con ese acento cantado de las paisas, como son conocidas las originarias de Medellín. 

Aceptar un ‘punto’, por 10 dólares la hora, es tentar al peligro y a la suerte. Cuando la puerta de la cabina del remolque se cierra, no hay celadores, ni meseros o administradores, como en los burdeles, a los que acudir si alguien se propasa. 

Para la faena se estacionan en los lugares más sombríos y alejados, donde los movimientos y los quejidos se pierden en la madrugada y se ocultan de los ojos que las juzgan. Cristina tiene una regla. El carro debe estar apagado para quitarse la ropa. "Es que hay manes que te llevan lejos y te dejan botada", rezonga. 

Allí, las estelas incandescentes de los carros que pasan raudos reemplazan a las luces tenues de los chongos, donde tenía entre 10 y 15 encuentros diarios. Ahora, esa cifra ha bajado en un 50 por ciento y los pañitos húmedos impregnados con alcohol sustituyen a un baño para el aseo íntimo. Esta es la peor parte, suspira. 

En el night club, ella podía usar agua y jabón para duchar a los desaliñados que llegaban hasta su cama. Ahora disimula la repugnancia que le produce el olor avinagrado de los choferes que han pasado todo el día al volante y debe frotar contra su piel. 

Libertad...
Lo que para la extranjera es una imposición que le da el sustento a sus cinco hijos, y que espera se acabe cuando reabran los prostíbulos, para otras trabajadoras sexuales significa libertad. Malena es una morena imponente, alta, de cabello largo y trenzado, cuya figura no delata que parió al último de sus dos bebés hace poco más de 30 días. Está en las carreteras porque así lo quiso desde hace seis meses. 

Se hartó de dejar porcentajes de sus ganancias en los prostíbulos de Quevedo, donde laboró durante dos años. Le pasó igual que a Cristina. Su primera vez en la penumbra vial fue aterradora, pero dice tener un ángel en el cielo que hasta ahora no la ha desamparado. Su voz se enternece con la confidencia de que no todos los traileros las buscan para saciar con ellas su apetito sexual. 

Una vez, un hombre le pagó por anticipado los 20 dólares que ella cobra por hora. Apenas estuvieron en la cabina, el conductor se echó a chillar como un niño engreído. Le contó sobre el abandono de su esposa, sobre lo que significaba para él hacerse cargo solo de sus hijos y sobre su necesidad de ser escuchado. 

"Lloraba y lloraba. Me emocioné tanto que no me di cuenta de que habían pasado tres horas", soltó la mulata, de 23 años, que se declara experta en los ‘tres platos’, pero que no sabe lidiar con la nostalgia, cuando en vez de sexo, la cotizan por compañía. 

Prefiere ser positiva cuando se describe como ‘Trailera’ e intenta rescatar a quienes hacen menos pesada su carga, como los despachadores de gasolina. Los más piadosos las dejan pasar a los baños de las estaciones de servicio para que puedan asearse, cuando estos están vacíos. "También hay gente mala", reniega con vergüenza. 

Cuenta que hay chicas que se hacen pasar como ‘Trailera’ para subirse a los vehículos y, aliadas con otros hombres, robarle a los cargueros. Esta mala reputación muchas veces la hace regresar a casa con los bolsillos vacíos. Cuando esto ocurre, vuelve al filo de la carretera para tratar de llamar la atención de los choferes que pasan tan de prisa en sus vehículos, que alborotan sus pesadas trenzas africanas. 

Malena agita su mano y si tiene suerte, le darán un aventón que la deje cerca de su casa. Aunque jura que su papá no la hubiera perdonado si antes de morir se enteraba que trabajaría de madrugada en carreteras desoladas, es difícil que vuelva a un prostíbulo. "Solo con saber que soy prostituta, se volvería a morir", gimotea. 

Mientras Malena prefiere embeberse de sudor y sumar moretones a sus rodillas que se estrellan contra las paredes del cuartito sofocante y estrecho, cuando complace a sus clientes rodantes, Cristina ruega porque reabran los chongos en Buena Fe. Entre tanto, seguirán apareciendo como figuras fantasmales en la penumbra de las vías del placer prohibido.  

Gelitza

Esta crónica fue publicada en la edición impresa y digital de Diario EXTRA, de Ecuador en marzo del 2017. www.extra.ec

Foto: Diario EXTRA/Gabriel Mieles.

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