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Amor en lugar de encierro


 "Creo en Dios, pero es difícil. Podría pedirle que dejen de existir las clínicas de deshomosexualización, pero Él me diría que están bien esos lugares. Entonces, mejor le rogaría para que a la gente mala le transforme el corazón, para que dejen de lastimar a la comunidad LGBTI".

Zackary Elías Morales tiene 22 años. A los 16, aún lo llamaban con el nombre con el que lo bautizaron cuando nació, ‘Karlibeth’. A esa edad, no solo rechazaba su nombre de mujer, sino que quería terminar de una vez con su feminidad biológica. Quería ser Zack, el hombre transexual que ahora es.

Mónica no entendía por qué a su hija preciosa, la más linda que había visto, le gustaban las mujeres y no los hombres. Por qué su niña no quería usar vestidos y se cortó a ras su melena negra y larga. Para ella, la transexualidad era un término desconocido, que le generaba tanto odio como para aceptar la propuesta de internarla en una “clínica” en la que le prometieron a su Juan Carlos, su esposo y papá de Zack, que la “curarían”.

De eso, han pasado seis años. En ese tiempo, jamás hubieran imaginado estar como ahora, sentados en la sala de su casa, en el centro de Guayaquil, para hablar de los sueños de Zack, de quedar embarazado de su novia y ser papá.

A Juan Carlos aún le cuesta entender. Prefiere el silencio. A Mónica, aún se le sale un “ella”, que inmediatamente corrige con “mi hijo”, cuando nota que lo ha llamado como a la niña que dio a luz. Karlibeth se fue y llegó Zackary, apunta, luego de notar lo que ahora llaman como “su error más grande”, que fue internarlo en un centro clandestino que prometía “curar la homosexualidad”.

Cuando aún pensaban que Zack era lesbiana, un amigo de Juan Carlos le dijo que administraba una clínica donde su hija saldría “curada”. Lo conversó con Mónica y ambos aceptaron.

 "Un día, mi papá me dijo que lo acompañe a comprar. Solo recuerdo que me subieron a un carro y terminé encerrado en un cuartito".

Dos meses más tarde, tiempo en el que no vieron a su hijo, se enteraron de que en realidad ese era un lugar clandestino donde también se "recuperaban" personas con consumo problemático de drogas.

Zack, que actualmente es coordinador del Centro Psicotrans en Quito, en el que acogen casos de trans maltratados en este tipo de lugares, cree que a él no lo golpearon, maltrataron o violaron porque el dueño era amigo de su papá.

Calcula que, de 10 personas de la comunidad de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersex (LGBTI ), siete u ocho son encerrados contra su voluntad en este tipo de sitios o coaccionados a ‘dejar su condición’ con otras formas de presión económica, social o religiosa.

Juan Carlos aguanta el llanto mientras Zack cuenta lo que le hicieron en esos dos meses. Estuvo aislado del resto de internos, pero lo persuadían a dejar lo que estaba haciendo porque “no era correcto”. Iba a terapias, lo trataban de ‘recuperar’ de algo que no es una enfermedad, dice.

No hubo maltrato físico, según Zack, porque quienes regentan estos lugares tienden a maltratar más a las transfemeninas u hombres gays afeminados. Sin embargo, aunque no hubo golpes, este tipo de ‘terapias’ están tipificadas en el artículo 151 del Código Orgánico Integral Penal (COIP) como tortura. Se pena de 10 a 13 años de prisión.

Juan Carlos no se hubiera perdonado si, por culpa de su impulso, a su hijo le hubieran hecho daño.

"En esos lugares no hay psicólogos, no hay nada. Hay una mafia perversa, que en lugar de ayudar, hacen daño".

 No obstante, no hay un documento que prohíba estos centros de manera administrativa, explica el asambleísta y miembro de la Comisión de Salud de la Asamblea Nacional, Sebastián Palacios:

 "Estas clínicas no existen a la luz, no son transparentes, sino que siempre tratan de esconderse porque están cometiendo delitos".

 

Esto justamente lo estipulaba el artículo 208 del Código Orgánico de la Salud (COS), que fue aprobado por el organismo, pero vetado por el presidente Lenín Moreno.

En el texto se prohibía la oferta de servicios que tengan como finalidad cambiar la orientación sexual o la identidad de género, por cualquier tipo de método o bajo cualquier circunstancia.

¿Cómo alguien puede estar en contra de este artículo?, se cuestiona Zack, aunque sabe la respuesta: quienes conforman la Conferencia Episcopal Ecuatoriana. En un comunicado del 26 de agosto de 2020, emitido un día después de que la Asamblea Nacional aprobara el COS, rechazaban que se “impidiera la recuperación de una orientación sexual”.

Monseñor Luis Gerardo Cabrera, arzobispo de Guayaquil y vicepresidente de esta organización de la Iglesia católica, aclara aquella oración en el documento de dos páginas: los que quieren “volver a ser heterosexuales” deben tener una opción “con profesionales adecuados” para hacerlo.

Sin embargo, él mismo reconoce que en Ecuador no hay tales lugares y que los únicos que identifican son aquellos en los que hay maltratos físicos y psicológicos.

“Nosotros rechazamos rotundamente que a las personas se las torture de esa manera. ¿Cómo vamos a estar de acuerdo con esos centros de tortura?, de ninguna manera”, dice Cabrera.

La Iglesia, continúa, tiene una opción, un acompañamiento pastoral para quienes quieran hablar sobre su orientación sexual. No la considera una terapia, sino un acompañamiento basado en el respeto, la acogida, el amor y la ternura, apunta.

También conoce que muchas de estas “clínicas de deshomosexualización” son los mismos centros clandestinos de “rehabilitación de drogas”, que reclutan a más personas para conseguir dinero en base a una “terapia” que solo consiste en encierro y la violencia.

Cinthia Intriago, de la Asociación de Centros Especializados en el Tratamiento de Alcohol y Drogas del Ecuador (Acetade), lo confirma. Ellos forman parte de los aproximadamente 70 centros antidrogas que están en vías de legalización en la Agencia de Aseguramiento de la Calidad de los Servicios de Salud y Medicina Prepagada (Acess). En dicha entidad ni siquiera hay una matriz que avale la creación o regulación de “centros para tratar orientaciones sexuales”.

Para Luis Novillo, psicólogo clínico y terapeuta, es sencillo. No hay centros porque simplemente no existe terapia para la deshomosexualización.

“La atención psicológica, en temas de identidad de género u orientación sexual, se enmarca, única y exclusivamente, en aliviar el sufrimiento humano, mejorar la salud mental de las personas, siempre y cuando hayan sido víctimas de vulneración, abusos o discriminación”, señala.

A Mónica le es inevitable y doloroso verse a sí misma, hace siete u ocho años, como una de esas “malas personas” por las que su hijo Zack le pediría a Dios. Se reprocha haber odiado injustamente a alguien solo por ser homosexual.

Ni siquiera sabe explicar bien el origen de ese odio, sentimiento que la llevó a tomar un palo para aporrear el cuerpo adolescente de Karlibeth, cuando le encontró unas cartas de amor de su novia, a los 14 años.

A la antigua Mónica, cree que le cuestionaría y le diría que por qué puso al odio encima del amor. Ahora que ya conoce la realidad que viven las personas LGBTI, porque su hijo es activista, está orgullosa de él. 

Sigue sin entender cómo o por qué alguien nace con disforia de género (incomodidad que tienen las personas cuya identidad de género difiere del sexo asignado al nacer), pero lo único que le importa comprender es que lo ama con su alma y que jamás lo volverá a dejar solo.

“A las madres que tienen un hijo trans, gay o lesbiana, solo les diría que traten de aceptar, de recordar que es alguien que estuvo en su vientre y que lo mejor que pueden hacer es darle amor”.

 

 Por: Gelitza Robles

Fotos y textos publiados en Diario Extra y Expreso en su versión impresa y digital el 11 de octubre de 2020. www.extra.ec

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