Alrededor de las lápidas sucias crece maleza. No hay flores, sólo hierba y uno que otro caracol. Por ningún lado está el nombre de la mujer que tiene más de 15 años enterrada en ese lugar.
El tiempo, al igual que sus familiares, al parecer la olvidaron.
En el cementerio del Plan de Vivienda Municipal, en Santo Domingo de los Tsáchilas, hay cientos de tumbas con las mismas características: solamente cruces viradas o rotas dan fe de que debajo de esa tierra hay cuerpos que en el pasado tuvieron un alma, un nombre.
"Aquí no sacamos al muertito”, dice Lino Franco, quien tiene más de 10 años como panteonero de este camposanto.
Detalla que a pesar de que 2.000 de las casi 5.000 tumbas de ese cementerio no tienen nombre, no desenterrará los cadáveres para depositarlos en una fosa común, a pesar que desde hace años no son visitados por nadie.
“Todos tenemos ese mismo destino, es mejor dejarlos descansar”, dice.
Franco camina por el cementerio, esquivando lo que queda de las lápidas y se detiene en un lugar. “Aquí hay puros angelitos”, habla mientras su dedo índice apunta un ciento de cruces que se levantan del suelo. Allí rara es la que tiene inscrito un nombre.
Pequeños seres que dejaron este mundo “antes de tiempo”, también fueron olvidados así de pronto.
Franco cuenta que de vez en cuando llega uno que otro deudo preguntando dónde está la tumba de su familiar y él sólo tiene una respuesta “no sabe usted que es su pariente, menos yo que los entierro todos los días”.
Ana Mendoza, administradora del cementerio, cuenta que la mayoría de muertitos en este lugar fue gente de escasos recursos económicos.
“Muchas veces ni familiares tienen”, añade.
A eso atribuye que haya tantas tumbas olvidadas y sin ser identificadas.
En este lugar, cada familiar debe encargarse de rotular las lápidas de sus parientes fallecidos.
Ellos dan una cuota anual de cinco dólares, y por este monto, Franco mantiene limpias y fumigadas las bóvedas.
En el cementerio central de la ciudad la realidad es otra, allí, aunque varias lápidas estén sin letras, cada una de ellas se encuentran enumeradas y se lleva un registro de los ocupantes de las mismas.
José Garófalo, administrador del camposanto, indicó que desde que la fundación Emilio Stehle se hizo cargo del lugar hace 20 años, hubo una reorganización del mismo.
“Aquí llevamos un registro por bloques y por bóvedas, que nos permiten saber quién está enterrado en cada una de ellas”, mencionó.
En el cementerio hay aproximadamente 16.000 tumbas, y pese a que algunas ya no reciban ninguna palmadita en sus lápidas, quienes descansan eternamente en el lugar, aún “existen”, aunque sea en los archivos.
Gelitza
Esta crónica fue publicada el 22 de agosto del 2013 en Diario Centro de Santo Domingo de los Tsáchilas, en Ecuador. http://goo.gl/96ypE7
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