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La fiesta aún no se enciende

Las luces multicolores recorren las mesas y paredes de madera del Blue Moon. Tres lámparas: verde, roja y azul, lanzan los rayos tenues en el fondo del  bar y se mueven al ritmo del reguetón que retumba en los altoparlantes y se escucha hasta la avenida principal de Bahía de Caráquez. 

El trago está listo y el muchacho que vocifera en la entrada  promete el mejor ambiente y diversión para una farra, pero hay un problema: no hay clientes, y aquel jueves 5 de abril no los hubo en toda la noche. Pero no importa. María Belén Jayak tiene una ley que no rompe: "tenemos que abrir así no vendas nada". Y no hay día en que las puertas de su local se cierren, más por amor a aquella parroquia del cantón Sucre, que por dinero. 

A dos años del terremoto que arrasó con la infraestructura hotelera de este balneario, la vida nocturna, a falta de turistas y por la migración de sus habitantes, es una fiesta que está apagada. Antes del 16 de abril de 2016, cuando el sismo de 7,8 grados en la escala de Richter destruyó Manabí y parte de Esmeraldas, en Bahía había 25 centros de diversión nocturna. 

Hasta finales de 2017, 16 abren sus puertas al público que en su mayoría se congrega allí los fines de semana. Tammy Cedeño, comisaria de Policía del cantón, destacó que pisar Bahía en 2016 "daba hasta pena" porque a partir de las seis de la tarde no había una sola persona en las calles. Fue durante el 2017, insistió, en que la gente empezó a despojarse del temor, tanto a las réplicas como al fracaso, y los dueños de lugares de diversión intentaron reabrir sus negocios o crear nuevos locales. 

La palabra "miedo" se repite en los labios de Brígido Cevallos. "Tú aquí salías después del terremoto y solo era miedo que encontrabas, porque no había nadie". La frustración de no tener un lugar para compartir un trago con sus panas en la tierra que lo vio nacer lo llevó, en agosto de ese mismo año, a abrir "De mal en bar", un negocio que rara vez le da ganancias. Su ‘competencia’ está justo al frente, señala con un movimiento de cabeza el malecón. "Todos lo conocen como El Muro", dice y a lo lejos se escuchan las risas de un grupo de jovencitas. 

Es una zona donde los fiesteros se reúnen a conversar y a beber porque "ahí no te cobran servicio". María Belén también habla con resignación de aquel lugar, que tiene como ‘paisaje’ a la cuarteada Unidad Educativa Eloy Alfaro. Ella le atribuye a la golpeada economía de los bahieños que los fiesteros prefieran comprar el trago en los centros comerciales e instalarse en el filo del malecón. "Aquí la gente vivía del turismo, la mayoría no tiene trabajo estable o se ha ido", refunfuña Brígido, quien cree que el 60 por ciento de la población se marchó. 

Entre las chicas risueñas que disfrutan de la música en El Muro están Nicole Espinosa, Martha Cedeño y Emilia Zambrano, a quienes se les hace agua la boca cuando piensan en las farras de Bahía antes del terremoto y no por el licor, sino por la comida rápida. "Ya no hay locales porque todos se fueron a la parroquia  Leonidas Plaza. Aquí no hay muchos lugares donde comprar hamburguesas y esas cosas", suspira Martha. En Leonidas Plaza, que está junto a Bahía, la situación es distinta. Según los registros de la Comisaría de Policía, antes del sismo había 10 lugares de esparcimiento, y 26 hasta finales del 2017. 

Cristina Tagua escucha atenta a su hija María Belén y la interrumpe para asegurar que lo que sobra en la población de la parroquia es amor, pero hay falta de proyección turística. Se levanta de la silla de la cafetería que administra junto a su hijo Alejandro, que está a unos pasos del bar Blue Moon y señala hacia el puente de Los Caras, que tras su inauguración en octubre de 2010, también se convirtió en parte de los atractivos turísticos de la ciudad. 

Sin embargo, rezongó, durante febrero, marzo y los primeros días de abril pasados, quienes llegaban al balneario se topaban con tinieblas en el extremo del paso que conecta con Bahía. En la mitad del lado de San Vicente brillaban las luces sobre el mar. Paolo Rodríguez, director del Departamento de Turismo del Municipio de Sucre, con pesar reconoce que "nos han quedado mal porque realmente no se han preocupado ni por el mantenimiento, ni por la iluminación" de esa obra que es competencia del Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP). 

El subsecretario de esta institución en Manabí, Diofre Alcívar, informó que la semana pasada "se tomaron acciones inmediatas sobre ese tema" y coordinaron acciones con la Empresa Eléctrica para dar mantenimiento a 20 o 25 lámparas que bordean el paso que, también, era utilizado por lo deportistas que salían a trotar por las noches. María Belén lo ve de otra forma, como una carta de presentación que estuvo apagada durante el feriado de Semana Santa y eso es algo inadmisible. 

Es la primera que ruega que las luminarias vuelvan a encender la entrada a su ciudad, "así sea que haya o no haya gente". Como ella hace en su negocio, que aunque de los 30 días que tiene el mes, solo 8 ve cómo ingresan los clientes por la entrada, la fiesta allí jamás se apaga.   


Gelitza

Esta crónica fue publicada en la edición impresa y digital de diario EXTRA (www.extra.ec) el 16 de abril de 2018.

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