No sabe cómo explicarlo, pero Martina Coni está segura de que su hermana María José, brutalmente asesinada en Montañita en 2016, apareció en la misma habitación donde la vida de su mamá se apagaba.
El cáncer de pulmón no tuvo piedad con Gladys Steffani y le inyectaba poderosas descargas de dolor, que la hacían gritar. Pero tres días antes de su muerte, este se difuminó y le advirtió a Martina que había alguien al lado suyo y pedía que se callara.
Extrañada, la joven de 18 años dejó a un lado la cuchara con la que le estaba dando gelatina y miró a su costado de reojo, para confirmar lo que ya sabía, que no había nadie más en ese cuarto que ellas dos. -"Sí, está la Josè al lado tuyo".
Aunque Martina había llorado incontables veces sobre la tumba de su hermana María José Coni, golpeada hasta la muerte junto a su mejor amiga Marina Menegazzo, no dudó un solo segundo de las palabras de su mamá. Está convencida de que aquel día, luego de dos años de su muerte, María José, que tenía 22, regresó a su casa en Mendoza, Argentina, a buscarla, "se la llevó y ahora están juntas".
Gladys se fue de este mundo a las 08:30 del sábado 12 de mayo pasado, cuando estaba próxima a cumplir 63 años. Sus piernas fuertes y seguras, que recorrieron incansables el balneario turístico de la provincia de Santa Elena para buscar pistas sobre el crimen de su hija, dejaron de funcionar a mediados de abril, cuando el cáncer de pulmón que le diagnosticaron a finales de 2017 se regó por su cuerpo y se alojó en una parte de su cerebelo.
A pesar de que se enteraron sobre la enfermedad hace cinco meses, según lo que los médicos le dijeron a Martina y a los otros tres hijos de la mendocina, esta estuvo en su organismo desde hace dos años, pero como estaba tan enfocada en descubrir la verdad sobre lo que ocurrió con María José y Marina, esa fuerza había actuado como un escudo. "El cáncer no se había despertado nunca, porque su cabeza estaba en otro lado, en hacer justicia", aseveró Martina, quien cree que el poder del amor sirvió como freno para el mal, pero que terminó pasándole factura de golpe luego del último juicio por el asesinato, en septiembre de 2017.
Luego de que Segundo Ponce Mina, Aurelio de la A y José Luis Pérez fueran condenados a 40 años de prisión por el asesinato, violación y tortura a golpes y puñaladas de las chicas, el caso quedó allí, pero Gladys siempre intuyó que hubo más personas implicadas en el hecho que consternó al país y que le arrebató a su estrella, como le decía a su hija.
A pesar de esto, la señora que era dueña de un taller de costura, no les pidió a sus hijos que continuaran con la que fue su lucha. "Pero nosotros vamos a seguir con el proceso. Con mis hermanos y mi papá estamos esperando a que se nos pase todo este shock de que no esté mi mamá", se lamentó Martina, quien cree que heredó la fuerza de Gladys, para enfrentar momentos tristes.
Ni cuando los médicos le revelaron que sus pulmones estaban invadidos por el tumor maligno se quebró. "Ella era única y lo va a seguir siendo", reiteró su hijo Felipe, quien estuvo con ella en Ecuador, donde de cara a la gente, siempre se mostró fuerte, decidida, dispuesta a todo porque los culpables de quitarle a la cuarta, de sus cinco hijos, pagaran por lo que hicieron.
Con esa misma entereza asumió su enfermedad. Le dijo a Martina que no se iba a dar por vencida, al igual que no se rindió hasta ver tras las rejas a los sospechosos de lo ocurrido en aquella casita de paredes amarillas, que estuvieron manchadas con la sangre de su nena. Incluso, apenas recibió el diagnóstico dejó de fumar. "Y ella lo hacía desde los 14 años", precisó la menor de los hermanos Coni.
En las revisiones policiales y reconstrucción de hechos tenía siempre un cigarrillo en sus manos. No solo eso cambió en la vida de Gladys en los últimos meses. Soltó parte del peso que cargaba por la muerte de su hija y se enfocó en caminar ligera hacia su recuperación. A la rutina que tenía de continuar indagando, preguntando, buscando pistas a través de las redes sociales, se sumaron las revisiones, los tratamientos, las medicinas... Hasta que una doctora, cuando no consiguió levantarse de la cama del dolor, les anunció que el cáncer había avanzado demasiado.
Pasó su última semana de vida en su casa, rodeada del amor de sus nietos y de sus hijos Felipe, Juan, María Emilia, de Martina y hasta de María José, quien durante ese periodo se le aparecía más a menudo en sus sueños. Pero esta vez era diferente. "Ella nunca la podía soñar bien a Josè, sino era pidiéndole ayuda, gritando o sufriendo. Eso la dañaba un montón, no poder soñarla bien a su hija, feliz", recordó la joven, quien fue una de las pocas personas que la vio quebrarse del dolor en muchas madrugadas de insomnio.
Juan se consuela en que, en medio de toda la pena que supone afrontar el proceso degenerativo del cáncer, este les dio la oportunidad de prepararse y decirle adiós a su "vieja de hierro". Siempre sintió admiración por su madre, pero nunca tanta como desde que se convirtió en una figura de lucha y de protesta contra la violencia de género.
La muerte de María José y Marina la hicieron brillar y convertirse también en una estrella a la que muchas mujeres acudieron para pedir consejo o simplemente enviarle un mensaje de consuelo. Unos días antes del 12, ya sabían que ella necesitaba descansar. Cada uno tuvo su momento para despedirse, para solicitar un consejo, y hasta para pedir perdón por alguna que otra falta.
Cuando todos le aseguraron que iban a ser fuertes, a estar bien y que se iban a mantener unidos, su rostro reflejó la paz y tranquilidad que la tormenta de sus dolores, físicos y del alma, le habían quitado durante los últimos años. Cerró sus ojos y se dejó ir, describió Martina. -"Yo creo que ahora está con Jose, y que le ha dicho toda la verdad, que era lo que ella quería en realidad".
Gelitza
Esta crónica fue publicada en la edición impresa y digital de Diario EXTRA el 26 de mayo de 2018 (www.extra.ec).
El cáncer de pulmón no tuvo piedad con Gladys Steffani y le inyectaba poderosas descargas de dolor, que la hacían gritar. Pero tres días antes de su muerte, este se difuminó y le advirtió a Martina que había alguien al lado suyo y pedía que se callara.
Extrañada, la joven de 18 años dejó a un lado la cuchara con la que le estaba dando gelatina y miró a su costado de reojo, para confirmar lo que ya sabía, que no había nadie más en ese cuarto que ellas dos. -"Sí, está la Josè al lado tuyo".
Aunque Martina había llorado incontables veces sobre la tumba de su hermana María José Coni, golpeada hasta la muerte junto a su mejor amiga Marina Menegazzo, no dudó un solo segundo de las palabras de su mamá. Está convencida de que aquel día, luego de dos años de su muerte, María José, que tenía 22, regresó a su casa en Mendoza, Argentina, a buscarla, "se la llevó y ahora están juntas".
Gladys se fue de este mundo a las 08:30 del sábado 12 de mayo pasado, cuando estaba próxima a cumplir 63 años. Sus piernas fuertes y seguras, que recorrieron incansables el balneario turístico de la provincia de Santa Elena para buscar pistas sobre el crimen de su hija, dejaron de funcionar a mediados de abril, cuando el cáncer de pulmón que le diagnosticaron a finales de 2017 se regó por su cuerpo y se alojó en una parte de su cerebelo.
A pesar de que se enteraron sobre la enfermedad hace cinco meses, según lo que los médicos le dijeron a Martina y a los otros tres hijos de la mendocina, esta estuvo en su organismo desde hace dos años, pero como estaba tan enfocada en descubrir la verdad sobre lo que ocurrió con María José y Marina, esa fuerza había actuado como un escudo. "El cáncer no se había despertado nunca, porque su cabeza estaba en otro lado, en hacer justicia", aseveró Martina, quien cree que el poder del amor sirvió como freno para el mal, pero que terminó pasándole factura de golpe luego del último juicio por el asesinato, en septiembre de 2017.
Luego de que Segundo Ponce Mina, Aurelio de la A y José Luis Pérez fueran condenados a 40 años de prisión por el asesinato, violación y tortura a golpes y puñaladas de las chicas, el caso quedó allí, pero Gladys siempre intuyó que hubo más personas implicadas en el hecho que consternó al país y que le arrebató a su estrella, como le decía a su hija.
A pesar de esto, la señora que era dueña de un taller de costura, no les pidió a sus hijos que continuaran con la que fue su lucha. "Pero nosotros vamos a seguir con el proceso. Con mis hermanos y mi papá estamos esperando a que se nos pase todo este shock de que no esté mi mamá", se lamentó Martina, quien cree que heredó la fuerza de Gladys, para enfrentar momentos tristes.
Ni cuando los médicos le revelaron que sus pulmones estaban invadidos por el tumor maligno se quebró. "Ella era única y lo va a seguir siendo", reiteró su hijo Felipe, quien estuvo con ella en Ecuador, donde de cara a la gente, siempre se mostró fuerte, decidida, dispuesta a todo porque los culpables de quitarle a la cuarta, de sus cinco hijos, pagaran por lo que hicieron.
Con esa misma entereza asumió su enfermedad. Le dijo a Martina que no se iba a dar por vencida, al igual que no se rindió hasta ver tras las rejas a los sospechosos de lo ocurrido en aquella casita de paredes amarillas, que estuvieron manchadas con la sangre de su nena. Incluso, apenas recibió el diagnóstico dejó de fumar. "Y ella lo hacía desde los 14 años", precisó la menor de los hermanos Coni.
En las revisiones policiales y reconstrucción de hechos tenía siempre un cigarrillo en sus manos. No solo eso cambió en la vida de Gladys en los últimos meses. Soltó parte del peso que cargaba por la muerte de su hija y se enfocó en caminar ligera hacia su recuperación. A la rutina que tenía de continuar indagando, preguntando, buscando pistas a través de las redes sociales, se sumaron las revisiones, los tratamientos, las medicinas... Hasta que una doctora, cuando no consiguió levantarse de la cama del dolor, les anunció que el cáncer había avanzado demasiado.
Pasó su última semana de vida en su casa, rodeada del amor de sus nietos y de sus hijos Felipe, Juan, María Emilia, de Martina y hasta de María José, quien durante ese periodo se le aparecía más a menudo en sus sueños. Pero esta vez era diferente. "Ella nunca la podía soñar bien a Josè, sino era pidiéndole ayuda, gritando o sufriendo. Eso la dañaba un montón, no poder soñarla bien a su hija, feliz", recordó la joven, quien fue una de las pocas personas que la vio quebrarse del dolor en muchas madrugadas de insomnio.
Juan se consuela en que, en medio de toda la pena que supone afrontar el proceso degenerativo del cáncer, este les dio la oportunidad de prepararse y decirle adiós a su "vieja de hierro". Siempre sintió admiración por su madre, pero nunca tanta como desde que se convirtió en una figura de lucha y de protesta contra la violencia de género.
La muerte de María José y Marina la hicieron brillar y convertirse también en una estrella a la que muchas mujeres acudieron para pedir consejo o simplemente enviarle un mensaje de consuelo. Unos días antes del 12, ya sabían que ella necesitaba descansar. Cada uno tuvo su momento para despedirse, para solicitar un consejo, y hasta para pedir perdón por alguna que otra falta.
Cuando todos le aseguraron que iban a ser fuertes, a estar bien y que se iban a mantener unidos, su rostro reflejó la paz y tranquilidad que la tormenta de sus dolores, físicos y del alma, le habían quitado durante los últimos años. Cerró sus ojos y se dejó ir, describió Martina. -"Yo creo que ahora está con Jose, y que le ha dicho toda la verdad, que era lo que ella quería en realidad".
Gelitza
Esta crónica fue publicada en la edición impresa y digital de Diario EXTRA el 26 de mayo de 2018 (www.extra.ec).
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